viernes, 28 de enero de 2011

EGIPTO



El rey Farouk I
Puede caer el último faraón, Hosni Mubarak. Atrás quedan sus predecesores asesinados: Nasser y Sadat, que surgieron tras la caída del último personaje de sangre azul, el rey Farouk I; este individuo gastaba toneladas de oro en lupanares y casinos de la ribera francesa mientras sus súbditos morían de hambre. Curiosamente, a Farouk I le encontraron la colección de películas pornográficas más completa del mundo, según se comentó en aquella época. Puede que caiga Mubarak, igual que ha caído su vecino de Túnez; pero eso, de momento, no es una garantía para que se deje de abusar del pueblo. Pueden cobrar fuerza los fundamentalistas islámicos, y entonces pasarán de una situación pésima a otra mucho peor. Se nos complicarán las cosas a los que aún no hemos visitado las pirámides ni la tumba mágica de Tutankamón; aunque uno no tiene mucho afán por visitar los monumentos antiguos porque sabe de la sangre reventada y de las lágrimas que se vertieron en su construcción. La única esperanza de los egipcios es que los más jóvenes lleguen a entender de una vez que las religiones no son más que un medio para dominar y someter voluntades. Aún quedan demasiados lugares en el mundo donde el pueblo cree en las patrañas de los clérigos, y así pasan hambre y se privan, de manera absurda, de la libertad. Por eso y por muchas otras cosas el Nobel Saramago habló de la visión de un mundo agonizando por el absurdo.

miércoles, 19 de enero de 2011

REDES SOCIALES

No me considero cualificado para opinar sobre ello; pero, en lo que me afecta, sí. Yo me he apuntado cuando he recibido un mail de un amigo que me quiere incorporar a su lista cibernética. Y de esta manera he pasado a formar parte de los millones de personas que tienen un perfil público en estos sitios. Incluso ha servido para reencontrar a viejos amigos. No discuto su utilidad, pero sí quiero discutir los métodos: he sabido que después de aceptar una invitación, el mismo sitio, con sus tentáculos invisibles, se ha ocupado de enviar una solicitud de amistad mía a todas las direcciones mail de mi libreta. ¡Qué horror!, y ¡qué vergüenza! Yo tengo muchas direcciones de correo de personas que tienen algo que ver con mi trabajo, nada más. Me da vergüenza haber solicitado ser amigo suyo, creo que eso sólo se puede pedir a quien ya es amigo, en ningún caso al notario, al alcalde, o al director del banco. Parece que la agresividad comercial para ganar números no tiene en cuenta que no todos somos niños. Y viene al caso decir que si yo hubiera publicado las ensoñaciones de mi juventud, seguro que hoy estaría más sonrojado aún. Si esto puede servir a los jóvenes, les recomendaría que se lo piensen dos veces antes de publicar sus heroicidades. También viene al caso recordar lo que dijo Ralph W. Emerson: Los años enseñan muchas cosas que los días desconocen.

jueves, 6 de enero de 2011

70.013


¡Qué número! Puede que esta anécdota sirva para que disminuyan las supersticiones. Los que han sido agraciados no volverán a temer al número trece. Aunque lo más lógico es que sigan vigentes los disimulados temores cuando aparece un gato negro caminando hacia nosotros, cuando vemos un espejo roto o unas tijeras que se han quedado abiertas. Tampoco van a dejar de echar arroz a los novios. No dejaremos de decir: “Toca madera” ni dejarán de venderse prendas de ropa íntima de color rojo el día señalado; y supongo que los más miedosos continuarán con su pata de conejo colgada del cuello como si se tratara de un crucifijo. Hay quien dice que lo de la pata de conejo viene de varios siglos antes de cristo, que en aquella época ya la utilizaban los Celtas para alejar el mal y para hacer fértiles a las mujeres. La tendencia a señalar factores externos para dar explicación a nuestra suerte o a nuestra desgracia no parece que vaya de disminuir. Es demasiado duro asumir que sólo nosotros somos los responsables de nuestros éxitos y de nuestros fracasos, resulta más cómodo echar la culpa a lo que sea. No obstante, yo tengo una fe ciega en la denominada “Ley de Murphy” por cuanto una tostada siempre cae con la mermelada hacia abajo, y también porque no hay nada que pueda llegar a estar tan mal como para que no pueda empeorar.