martes, 22 de octubre de 2013

LO EXTRAÑO DE LA NOCHE


Los que vivimos la movida nocturna de los años ochenta y noventa ahora estamos viendo una noche extraña en el Paseo Marítimo de Palma. Se observa que un setenta por ciento de las personas que deambulan la noche son chicas con minifalda y carmín rojo en los labios a las que nadie mira, ningún hombre las requiebra. Y ellas van juntas en grupos de tres a seis, incluso más, y bailan solas. Los chicos siguen sin mirarlas y sin bailar con ellas. Ellos también van juntos en grupos menos numerosos y también bailan entre ellos y hablan y sonríen, pero no miran a las chicas. Entonces uno se pregunta qué está pasando.

Los porteros de los locales, vestidos de negro, tienen un aspecto metálico, como los terminators. De vez en cuando aparece un desfile de chicas casi desnudas con inmensas melenas rubias y enormes labios postizos de purpurina roja que sujetan con un elástico como si se tratara de un antifaz para la boca. Tras ellas van chicos con cuidadas musculaturas vestidos de guerreros romanos, y la gente los mira impasible, como quien observa una procesión de Semana Santa, excepto mi mujer y mi cuñada a las que les gusta mucho la fiesta y quieren dejar constancia gráfica de haber estado ahí. Puede que todo eso sea un ronroneo silencioso de los jóvenes que intentan protegerse y no caer en los mismos errores que cometimos sus padres; pero no lo sé. 


miércoles, 26 de junio de 2013

DAS KAPITAL




No me voy a referir a la utopía romántica de Karl Marx sino a la pesada losa que nuestra civilización lleva sobre sus espaldas. Partiendo de que las necesidades más básicas de las personas son el alimento, la vivienda y el vestido, el capital se ha venido organizado para que el valor de estos consumos vierta sus beneficios en ese capital y lo engrandezca. Es el mismo capital que nos presta el dinero para la vivienda, y el que nos desahucia si nos quedamos sin trabajo. Los bancos y las grandes superficies comerciales son propiedad de los mismos capitalistas que, legalmente, ejercen de modernos dictadores manipulando nuestras vidas mientras crece la enjundia de sus cuentas. Y así en Occidente tenemos bellas democracias haciéndonos creer que somos libres. Los políticos son títeres a disposición del capital, por ello, al capital le da lo mismo quien gobierne; el derecho que nos da la democracia de elegirlos es sólo la pequeña dádiva inútil que nos conceden para diferenciarse de los grandes dictadores del siglo pasado. Pero ahí están, protegidos por los legisladores, regalándonos algún caramelo y expoliando la riqueza. La población occidental está empobreciendo, y los ricos de cada día son más ricos. Y el pueblo continúa obedeciendo los consejos de su publicidad, acudiendo a sus grandes superficies a comprar las patatas y pidiéndole hipotecas para comprar una casa porque sus leyes no le dejan construir en las tierras que heredó de sus antepasados. Creo que fue a principios del siglo XIX cuando Thomas Jefferson vaticinó esta dramática actualidad.

Si los políticos no fueran títeres legislarían de manera que la riqueza de los países fuera de los ciudadanos en general y no de unos pocos privilegiados. No estoy hablando de utopías comunistas sino de capitalismo razonable porque sólo hay dos cosas que ensucian la economía: la conducta reptil de los bancos (Umbral) y de las grandes corporaciones. El presidente Rajoy está diciendo que hará lo que tenga que hacer para crear empleo, la CE dotará de fondos la iniciativa de crear empleo para los jóvenes, y todo seguirá igual y se perderá el dinero de manera estúpida, como siempre. Alguien escribió que “todo tiene que cambiar para que podamos continuar igual”. Y eso es lo que no se atreven a hacer los políticos: cambiar. Los bancos, tal como son, no deberían existir; es necesario un diseño diferente. Las grandes superficies comerciales no deberían permitirse y así podrían subsistir de nuevo los pequeños comercios de los barrios y de los pueblos. Las multinacionales de la moda que usan niños chinos para confeccionarla son una aberración que la Ley permite. Si se pudieran resolver estas cosas, la gente tendría trabajo y la riqueza no iría a paraísos fiscales. De momento no nos queda más remedio que asumir que el capital abusa de los ciudadanos y que la mayoría de políticos son títeres, y el resto están ante la justicia o en la cárcel. ¡Qué futuro tan halagüeño vamos a dejar a nuestros hijos!



martes, 15 de enero de 2013

CRÓNICAS DE UN PUEBLO, CAMPANET 1967


Recuerdo la serie televisiva: “Crónicas de un pueblo”. La gente se sentía identificada con la cotidianidad costumbrista que nos mostraba la televisión. Y ahora, pasadas casi cuatro décadas desde que me fui, vuelvo a mi pueblo y comparo el costumbrismo de aquella serie con el que viví yo de niño y veo que era todo muy parecido en cuanto a las cabezas visibles: el alcalde, el médico, el vicario, los maestros y los ricos o pretenciosos; pero los personajes de la televisión eran más amables que los de mi pueblo donde mi infancia estuvo atenazada por la angustia. El médico recetaba inyecciones para casi todo y las monjas las inyectaban con una aguja, la misma para todos, que era más para caballos que para personas; yo sentía cómo me clavaban una daga en las nalgas durante varios días interminables por un mero constipado. El sacerdote, don Baltasar, un jueves terrible, lo recuerdo, con una caña de bambú nos dejó los muslos agrietados y sanguinosos, mostrando en su cara de piedra una furia que nunca olvidaré. Sus motivos: no éramos lo suficientemente respetuosos con dios. Y el maestro, don Miguel, se pasó toda una tarde acariciándome la ingle y el escroto, yo tenía doce años y no entendía nada, pero sufría. Y sufrí más otro día que este maestro pederasta me propinó una bofetada con la mano girada impregnada de una furia que nunca podré olvidar. Ahora veo a mi pueblo ya liberado de alimañas, no se ve al cura ni a los maestros ni al médico como autoridades sino como amigos, y me alegro. Campanet vuelve a ser mi casa.