domingo, 27 de marzo de 2016

TRES MUERTOS - POETAS


BAUDELAIRE - ALBERTI - MACHADO

Adoro a los poetas cuando sus metáforas deshielan los sentidos y nos trasladan a una lírica que vuela sobre el cemento de las ciudades, se arrastra en el subsuelo o se pasea como una mariposa sensible a la nastia de los campos floridos. Y me producen un efecto contrario cuando hacen aflorar la influencia metafísica de cuando estudiaban. El Ser no es nada, el Yo tampoco, y dios no existe. ¿Qué nos queda de la metafísica? cuando el núcleo de su existencia es una patraña. Sólo quedan, pues, los efluvios de estupidez de quienes se creen importantes, de quienes continúan pensando que hay alguien con una libreta de apuntes que toma nota de sus buenos actos y de sus pecados. No somos tan importantes. Sólo la conciencia queda afectada por nuestra conducta, y la conciencia humana sufre las consecuencias de la irracionalidad de los antepasados. ¿Qué ética hemos heredado de aquellos que siempre estaban en guerra? Prefiero responderme a mí mismo con una evasiva: son los poetas los que ponen alas a las palabras y hacen volar los corazones o llenan los ojos de tristeza cuando hablan de almas agrietadas o de rostros roídos por penas de amor (Baudelaire). Debió de ser enorme la empatía de Alberti cuando pensó en una paloma equivocada, en una paloma que creyó que tu corazón era su casa… y se equivocaba. Una extrema sensibilidad de Machado al ver suspiros de fuego en los maduros campos andaluces.




sábado, 26 de marzo de 2016

TRES MUERTOS - ESCRITORES





KAFKA - UMBRAL - MANN

En el pasado yo leí tres libros de Kafka, y desde entonces supe que algún día escribiría sobre él y su obra. Pero un tiempo después encontré un artículo de Francisco Umbral dedicado a Kafka y desistí, desistí porque yo habría querido decir lo mismo que dijo Umbral pero mi capacidad intelectual no daba para tanto.

En una ocasión Umbral llamó a Kafka “cara de cínife” y en este artículo lo llama “cara de ratón sentimental”.  Conozco gente que, sin haber leído a Kafka, sabe de esa angustia que nos trasmite “El Proceso”, “El Castillo” o “La Metamorfosis”. Luego la lectura no se convierte en un placer sino en una pesadilla sin fin, y si tiene fin entonces es un fin malo. Y de ahí llegué a la conclusión de que para entretenernos y disfrutar de una buena historia es mejor ir al cine o ver televisión. La buena literatura muchas veces marca a las personas y no precisamente con episodios idílicos con preciosos paisajes. La buena literatura, sencillamente, nos enseña a entender la vida, y cuando creemos que lo entendemos todo, entonces nos damos cuenta de que no entendemos nada. Y eso, precisamente, nos hace más tolerantes y hace también que nuestra arrogancia y nuestra soberbia se licúen y se vayan por las tuberías de las aguas fecales.
  
Saramago dijo que si no hubiera existido Kafka, él tampoco habría existido como escritor; y refiriéndose a Kafka dijo que tenía una visión del mundo agonizando por el absurdo. Si no hubiera existido Saramago, yo tampoco habría existido como escritor.

Otro caso, no tan angustioso, es Thomas Mann (Premio Nobel de literatura); él fue quien escribió “La Montaña Mágica”. Unas mil páginas que yo leí. Cuando terminé de leer esta novela me sentí aliviado pensando que jamás me había visto sumido en un tedio tan asfixiante y que ya me había liberado de él, pero el recuerdo de este libro me hizo sentir que yo estuve allí, enfermo, en aquel sanatorio, fascinado por una mujer: Clawdia Chauchat, que llevaba una falda azul y siempre daba portazos; y fascinado también por la melancolía del ingeniero Hans Castorp, por sus reflexiones y perspectivas previas a la primera guerra mundial. Hans había ido sólo a visitar a su primo Joachim y se quedó y acabó con fiebre como todos los demás.

 Francisco Umbral escribió esto:

“Sombrero de ala caída, llovida de varios cielos. Orejas de muerto enhiesto, de inteligencia cadáver. Volvemos a retomar así al profeta del siglo XX, ya superado, al que escribió en parábolas lo que iba a pasar y lo que estaba pasando. La parábola es un género más judío. La metáfora es un género más latino.

Kafka. El cuello y la corbata le sientan siempre como a un muerto. La metamorfosis. Millones de seres humanos se despiertan todos los días convertidos en araña, o lo que fuera aquel bicharraco. Lo que pasa es que no lo escriben, sino que se van a la oficina a cumplir. Y a lo largo del día, los números y el café negro les van devolviendo su humanidad arácnida. Pero si no fuesen arañas o cucarachas no soportarían el mal aliento del jefe, la paga/propina y el menstruo de la funcionaria. Dice la ciencia que el gato nos ve como gatos, y por eso nos tolera. La cucaracha humana también ve a los demás como cucarachas. De ahí nacen los buenos amigos, las fieles cucarachas. A Kafka le salva lo que le pierde: que cree en lo que ve. Y hasta lo escribe. Cara de ratón sentimental, de funcionario en paro. El proceso. Kafka, como todos los humanos, tiene una causa pendiente no sólo en el juzgado de dios sino en el juzgado del barrio. Nadie ha sabido nunca de qué se le acusa, porque en el juzgado sólo reside nuestra mala conciencia, que es una variante del miedo a la muerte.

El secreto de Kafka, lo que le hace grande y mínimo, es que la causa de la humanidad la considera sola y suya, íntima. Esto le hace gran escritor, pero le vuelve loco, o le ratifica como tal. Decía Goethe que “sólo entre todos los hombres se vive lo humano”. Bien, pues sólo entre todos los humanos se vive la culpa. Kafka quiere la culpa para él solo. Individualiza el terror de la administración, que es universal, con lo que se engrandece su caso y su prosa. Así, todo en Kafka responde a una fórmula parabólica. Pero su parábola no es deliberada, literaria, sino real, sentida, dolida, doliente, lo cual le legitima como escritor. Tiene el susto metafísico del que se ha dejado la casa cerrada con las llaves dentro. El Castillo. El Castillo es el padre, el Estado, lo que ustedes quieran. Kafka plasma la lucha del hombre contra las instituciones —El Castillo, El Proceso—, que fue la lucha ulisaica del siglo XX. Ulises había luchado contra los dioses. Kafka comprende que las instituciones no tienen otra fuerza y ventaja que el hermetismo. Hermetismo y una póliza. Por eso nunca sabremos nada. Kafka tiene una novia a la que no ama o a la que no goza. Su tragedia real es la impotencia, pero de eso no habla porque, como todos los profetas, es casto. Escribió cartas a Felice como para empapelar toda Praga. El amante epistolar es sospechoso. Tanta ortografía está ocultando algo, como en Flaubert. Los motivos de Kafka son los motivos del siglo XX. Y están pasando con el siglo. No creo que vuelvan a escribirse, en nuestro siglo XXI, novelas parabólicas. Ese género se ha quedado viejo hasta el evangelio.”




miércoles, 23 de marzo de 2016

DISCURSO SOBRE LA VERDAD

Ícaro murió por no hacer caso a su padre, Dédalo.

Tengo escrito que nuestra verdad está compuesta por pedacitos de experiencias y de tiempos, y por lo que nos han enseñado y hemos aprendido; todo ello conforma nuestra manera de ser. Es una verdad de cuya certeza no dudamos porque se trata de nosotros mismos, de lo que somos, de lo que pensamos y de lo que decimos. Nuestra opinión se inclina hacia la derecha o hacia la izquierda de las cosas en función de esa verdad. Esa verdad es nuestro punto de vista, es también lo que llamamos nuestros principios, y también nuestras creencias. Cosas, todas ellas, que componen nuestro carácter. Una idiosincrasia con infinidad de matices que se hacen ostensibles constantemente en nuestro entorno. Y yo me pregunto: ¿Si toda esa verdad fuera una farsa, en qué nos convertiríamos? Y me respondo a mí mismo que si lo olvidáramos todo podríamos transformarnos en seres más sociables, menos hipócritas y más cercanos a nuestros semejantes. Pero resulta que mi pensamiento es una utopía fuera de tiempo y de lugar porque no somos capaces de entender, por ejemplo, lo que dijo el biólogo francés Jean Rostand: La verdad que yo venero es la modesta verdad de la ciencia, la verdad relativa, fragmentaria, provisional, siempre sujeta a corrección, a rectificación. Por el contrario, rechazo y detesto la verdad absoluta, la verdad con mayúsculas, que es la base de todos los sectarismos, de todos los fanatismos y de todos los crímenes. Recuerdo al cómico Groucho Marx y una de sus agudas puntualizaciones, dijo: Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros. Marx parecía entender que aferrarse a alguna creencia es una estupidez porque el tiempo, la ciencia o la casualidad pueden demostrar que estábamos equivocados. Pero da igual: rechazando la evidencia, como suele ocurrir, no tenemos necesidad de admitir que fuimos estúpidos. La ciencia demuestra que la realidad que somos capaces de percibir no es, necesariamente, real. Ejemplo: una piedra está compuesta por átomos cuyos electrones giran a unas setecientas mil revoluciones por segundo, yo miro una piedra, la manoseo y no veo ni noto nada que se mueva, es una piedra y punto, es nuestra verdad: una verdad que oculta otra verdad distinta. Otro ejemplo: la tierra gira en el ecuador a unos 1670 kms/h, y nosotros sus habitantes sólo notamos que todo da vueltas cuando vamos pasados de copas. Así que la verdad no es lo que parece.

Este discurso no pretende ser una diatriba contra la estupidez, pero aquí se dicen cosas muy voluminosas porque se trata de la base de todos los antagonismos, de los enfrentamientos políticos, de las guerras, de las peleas entre hermanos y de todo el aire putrefacto que a veces respiramos. Pero el tiempo va disminuyendo el mal olor y suaviza el maniqueísmo fanático de antaño. Ahora ya no creemos que el que piense distinto a nosotros merece morir y comenzamos a respetar posturas ajenas, aunque todavía existen culturas que no han avanzado tanto y ahí, en las noticias, tenemos los resultados: disparos, bombas, una navaja que secciona una yugular. Qué tristeza de civilización la nuestra, la que nos enseña cómo una persona se inmola para matar a otros seres humanos porque piensan distinto. Qué tristeza la envidia, la que hace corretear comentarios despectivos gratuitos que nacen de la dramática pobreza empática de las personas que los profieren.
 
Ahora existen aviones que nos permiten ir a las antípodas en unas horas, existen porque hubo gente que se preguntó por qué no podíamos volar como los pájaros. Ya en la mitología griega tenemos a Ícaro, quien a pesar de las advertencias de su padre, Dédalo, voló tan alto que el calor del sol fundió la cera que mantenía unidas las plumas de sus alas y se desplomó y murió. Luego sabemos que toda evolución se debe a las personas que se cuestionaron y se cuestionan las cosas y en lugar de preguntar ¿por qué?, preguntaron y preguntan ¿por qué no? A la antigua pregunta: ¿por qué no podemos volar? hay que atribuirle la evolución tecnológica que desde principios del siglo XX nos permite volar. En fin, que la evolución humana se produce porque hay gente que lo cuestiona todo. Si continuáramos anclados en las creencias de nuestros antepasados todavía nos desplazaríamos con calesas y caballos. Esta sería una faceta histórica extrapolable a la esencia filosófica de este discurso sobre la verdad que nos conduce a un planteamiento muy serio: ¿Por qué somos como somos? Si estamos completamente aferrados a una tendencia política y/o religiosa significa que no hemos evolucionado mucho, lo admitamos o no. Ya lo vaticinaba Mark Twain en el siglo XIX cuando dijo: Si usted está al lado de la mayoría, es el momento de hacer una pausa y reflexionar. Una mayoría puede ser de unos cientos o miles de personas, gente gregaria aplaudiendo al aedo que enardece los ánimos de los oyentes con diatribas que salen de su boca como saetas destinadas a los opositores. No, esto no es evolucionar, es tener el estigma de un pasado terrible. Y por eso estas letras se convierten en un axioma que propone una reflexión de por qué pertenecemos a una tendencia política, a una religión, a una tendencia moderada o enardecida, a una tendencia liberal o conservadora, en lugar de optar por una postura ecléctica. Yo culpo a la manera de ser del sistema educativo de nuestro país porque no tiene (o no aplica) una deontología que obligue a los docentes a ser imparciales en su trabajo. Conocer algunas de las lecturas que recomiendan a los alumnos de instituto es suficiente para saber que muchos profesores no se dedican sólo a la enseñanza sino que también practican el proselitismo. Se trata de una indecencia que pone trabas a la libertad de muchos estudiantes para elegir un camino desde una balconada limpia y ecuánime. No tengo conocimiento de que en clases de filosofía se hable de eclecticismo con el rigor y el tiempo necesarios. El eclecticismo es una corriente filosófica muy antigua que procura conciliar las creencias que parecen más razonables aunque procedan de bloques opuestos (Ortega y Gasset trató el asunto en un contexto ético y político). En este momento político, día diez de agosto de 2016, la gente sí agradecería a los docentes que hubieran enseñado a disminuir lo visceral y a aumentar la capacidad de entendimiento entre las personas. Vamos mal. Ocurre que no hay muchas cosas en nuestra civilización que nos hagan sentir optimistas con el mundo que vamos a dejar a nuestros hijos, pero antes era peor; así que no vamos a ser pesimistas del todo. Aquí dejo un proverbio chino que viene al caso: Corrige a un sabio y lo harás más sabio, corrige a un tonto y lo harás tu enemigo.


Nunca he plagiado nada, pero tengo una costumbre que sí he copiado, es la de hacer referencia siempre a otros autores. A eso ya lo hacía Michel de Montaigne. Según decía era para expresar mejor sus pensamientos, y a eso yo también lo hago por ese motivo. Ahora haré referencia al semiólogo Umberto Eco por algo que dijo o escribió. No sé de dónde saqué eso, tal vez en El Nombre de la Rosa o en El Péndulo de Foucault que son los únicos libros que he leído de este autor. Lo he recordado al ver que el compañero de la revista Campanet, Tomeu Rosselló, se ha referido a Eco creo que en dos ocasiones. Umberto Eco más o menos dijo esto: Toda la historia de la ética es un intento, demasiado ambicioso, por definir una noción aceptable de estupidez. También dijo: Todo gran pensador es el estúpido de otro. Eso puede que sea verdad, pero como yo no creo en la verdad, entonces nada. El libro de mis artículos se titula PESIMISMO. Se puede leer en pedrotugores.blogspot.com. Se trata de artículos de ensayo sobre la conducta humana. Es verdad. Sí, pero puede que no sea verdad, y en este sentido me refiero a otro personaje importante al que también copio actitudes alguna vez: se trata del poeta Fernando Pessoa. La anécdota más curiosa que recuerdo de este poeta es que en una ocasión alguien le preguntó que por qué creaba heterónimos y los colocaba como autores de sus libros si los heterónimos son seres que no existen, Pessoa respondió que tampoco estaba muy seguro de que Lisboa exista. No sé si será por eso que yo también, de vez en cuando, doy un paseo por las ramas vegetales de la lírica.

Y TÚ... ¿QUÉ SABES?


No te estoy preguntando eso a ti, lector o lectora. Se trata del título de un documental científico disfrazado de película en el que se nos dicen cosas que no estamos acostumbrados a escuchar y que resultan inquietantes (Ahora ya se puede ver en You Tube). Conocí este documental en los años noventa, cuando yo residía en Valencia con mi familia; fue a través de mi amigo el profesor de psicología Vicente Prieto, quien posteriormente escribió el prólogo de mi novela MARÍA LEÓN, publicada por Iberoamericana de ediciones literarias en 2007. 

A finales del siglo XIX parecía que los físicos lo tenían todo claro. Se relajaron presumiendo de que lo entendían todo. Pero después, muy a principios del siglo XX, apareció el físico Max Planck y les perturbó su arrogancia. Planck abrió nuevos caminos donde la física tradicional no tenía respuestas y por eso está considerado como el padre de la física cuántica. ¿Y eso qué es? Pues se trata de un lío del que no creo que salgamos nunca, o por lo menos no lo veremos los actuales moradores de la tierra ni nuestros nietos. Niels Bohr, dijo: si alguien no queda confundido por la física cuántica es que no la ha entendido bien. Y Richard Feynman dijo: nadie comprende la física cuántica. Después de Planck aparecieron Heisenberg, Einstein y otros genios que continuaron descolocando los pensamientos ortodoxos y nos llevaron a una laguna desconcertante: que el tiempo y el espacio sean relativos tiene un pase porque no nos afecta en nuestra vida cotidiana, nadie viaja a la velocidad de la luz, y por ello no hay nada raro en lo que percibimos sobre nuestro envejecimiento y el espacio que nos rodea, pero la física cuántica nos dice cosas que desafían descaradamente el sentido común. Los humanos somos capaces de percibir tres dimensiones espaciales y una temporal, total cuatro dimensiones. Bien, pues la teoría de las cuerdas ya nos está diciendo que un átomo no tiene núcleo sino una cuerda vibratoria que hace vislumbrar once dimensiones. A ver quién es capaz de ver algo más que las cuatro dimensiones que percibimos: nadie. La física cuántica nos dice que tú puedes estar muerto y vivo a la vez y que un objeto puede estar simultáneamente en dos sitios a la vez, entonces ¿qué está pasando? Lo de estar muerto y vivo a la vez no lo entendemos, y que un objeto esté en dos sitios a la vez, según parece, sí; hay científicos experimentándolo en la actualidad. Pero no entendemos nada porque resulta que existen partículas que se localizan, desaparecen, regresan y vuelven a desaparecer. ¿Adónde van esas partículas? Los científicos dicen que a un universo paralelo, y ahí es donde ya lo liamos todo mucho más de lo que está. Ahí es donde estamos viendo que no sabemos nada, por tanto mi respuesta a la pregunta del título es: NADA de NADA. Sólo podemos tener indicios respecto a que muchas cosas de las que nos enseñaron en la escuela son mentira, y que las respuestas que ha dado la iglesia son una patraña; a eso parece que mucha gente ya lo entiende. También existen indicios de que la ciencia obtendrá explicaciones para, por ejemplo, los fenómenos paranormales. Y También encontrará respuestas para muchas preguntas, pero será un proceso tan lento que moriremos así como morimos ahora, sin saber porqué estamos aquí, de dónde venimos y adónde vamos. Por ahora yo pienso que nuestra existencia es pura casualidad y que no vamos a ninguna parte, pero estoy abierto a cambiar de opinión porque no creo que ninguna verdad sea tan sólida como para que valga la pena aferrarse a ella.