A mí lo que me duele es la hiperestesia que provocan estas fechas, es decir: un elevado índice de sensibilidad hacia lo íntimo. Como si el aire se llenara de minúsculas estrellitas de colores, y que todos debiéramos beberlas para ensanchar las sonrisas y hacer más sinceros los abrazos. Se sensibiliza también el miedo a que en cualquier momento pasemos a formar parte de esa gran cantidad de personas que no están con sus familias, o que no tienen familia. Pierden importancia las inconfesables razones de nuestra intimidad para dar paso a las cosas comunes, a lo que, con hipocresía, mece la cuna de nuestra apariencia. El consumismo agobia a los que no tienen dinero para hacer lo que desean; pues mejor desear otra cosa y olvidarse del dinero. Eso no es más que una especie de termómetro que mide nuestra eficacia ante una sociedad que se ha estructurado sin consultarnos. Por eso puede que convenga hacer un paréntesis cada año desde el día quince de diciembre hasta el día siete de enero, un paréntesis para desaparecer. Para burlarse de todo y pasar a otra dimensión. Así que no os deseo Feliz Navidad, mejor os recomiendo que hagáis lo que podáis para que esa sensibilidad os afecte lo menos posible, y que las sonrisas, el turrón y el confeti sirvan de placebo para borrar cualquier contrariedad.