martes, 15 de enero de 2013

CRÓNICAS DE UN PUEBLO, CAMPANET 1967


Recuerdo la serie televisiva: “Crónicas de un pueblo”. La gente se sentía identificada con la cotidianidad costumbrista que nos mostraba la televisión. Y ahora, pasadas casi cuatro décadas desde que me fui, vuelvo a mi pueblo y comparo el costumbrismo de aquella serie con el que viví yo de niño y veo que era todo muy parecido en cuanto a las cabezas visibles: el alcalde, el médico, el vicario, los maestros y los ricos o pretenciosos; pero los personajes de la televisión eran más amables que los de mi pueblo donde mi infancia estuvo atenazada por la angustia. El médico recetaba inyecciones para casi todo y las monjas las inyectaban con una aguja, la misma para todos, que era más para caballos que para personas; yo sentía cómo me clavaban una daga en las nalgas durante varios días interminables por un mero constipado. El sacerdote, don Baltasar, un jueves terrible, lo recuerdo, con una caña de bambú nos dejó los muslos agrietados y sanguinosos, mostrando en su cara de piedra una furia que nunca olvidaré. Sus motivos: no éramos lo suficientemente respetuosos con dios. Y el maestro, don Miguel, se pasó toda una tarde acariciándome la ingle y el escroto, yo tenía doce años y no entendía nada, pero sufría. Y sufrí más otro día que este maestro pederasta me propinó una bofetada con la mano girada impregnada de una furia que nunca podré olvidar. Ahora veo a mi pueblo ya liberado de alimañas, no se ve al cura ni a los maestros ni al médico como autoridades sino como amigos, y me alegro. Campanet vuelve a ser mi casa.