miércoles, 25 de noviembre de 2020

MARTES



Immanuel Kant

Las cosas de ayer ya quedaron atrás. Uno empieza el día como si nada hubiera pasado, como si no hubiera existido el lunes. Nada que destacar, sólo que el loco de Trump no quiere admitir su derrota y si continúa así lo tendrán que echar a patadas de aquel edificio. Desde nuestra vieja Europa cuesta un poco entender aquel país de locos. EEUU es igual de salvaje que antes, cuando nos lo mostraban en las películas Del Oeste con la música de Ennio Morricone y Clint Eastwood matando a los malos. Allí si no tienes dinero te mueres, sólo tienen acceso a la sanidad los ricos porque los de clase media tienen un seguro médico que sólo cubre la gripe y supongo que alguna magulladura u ojo morado. Uno puede tener una pistola, incluso una ametralladora para defender su casa o para volverse loco y pegar tiros por la calle o en un colegio: una pena de país, aunque sepan hacer buen cine. Para sus guiones no necesitan imaginación les basta con ver los informativos de televisión.

El martes ya deberíamos ser más razonables y entender que no hay nada que hacer de hoy para mañana, que todavía tenemos ahí pegado el maldito virus, aunque suponemos que nos vacunarán antes de semana santa y después vendrá la música, el confeti y el cava. Mientras, las dos partes de siempre, las dos partes sobre las que ya escribí un artículo se encrespan en todas partes y el eclecticismo no aparece. La postura ecléctica la tendrán que imponer los ordenadores, la IA (inteligencia artificial) porque la inteligencia humana de cada día es más débil en lo humanístico y lo empático y más robusta y eficiente en lo científico. Acercarse un poco a la ciencia da miedo porque en un futuro no muy lejano la ciencia puede perturbar los pensamientos de las personas. Puede ocurrir que para que una persona sea médico baste con que le injerten el chip de médico en el cerebro y listo, no hará falta ir a la universidad. Todo se robotizará y el libre albedrío se irá evacuando lentamente por los desagües del poder. El pasado es truculento, irracional y sanguinario y el futuro posiblemente sea peor. Lo del libre albedrío es un asunto que ha vertido toneladas de tinta, Spinoza, Schopenhauer y otros filósofos decían que eso no existe. Así que en lugar de libre albedrío habría que hablar de la parte de libertad de pensamiento y de actuaciones que tenemos o que creemos tener o que se nos permite tener. En este aspecto la historia del pensamiento describe tal volumen de letras que rizan demasiado el rizo llevando las ecuaciones del pensamiento al caos.

Las dos partes antagónicas no se aproximan una a la otra y yo creo que ya deberíamos haber superado las diferencias aprendiendo de lo que la Historia enseña. Hay que tener en cuenta que el pensamiento humano estaba enfrentado en dos partes: existía una disputa entre los racionalistas (La Razón) y los empiristas (La Experiencia), es decir entre los filósofos que predicaban que el conocimiento se obtenía a través de la razón y los que decían que sólo se avanzaba en el conocimiento a través de la experiencia. Fue Immanuel Kant, un hombre bajito y jorobado, quien puso orden a este desaguisado en el siglo XVIII: la razón y la experiencia no van por separado, no son asuntos antagónicos, tienen que estar unidos, así que no hay dos partes. Kant inició unos pensamientos a partir de preguntarse ¿qué puedo saber? Y respondió a esta pregunta con ochocientas páginas metidas en un libro que hoy en día está considerado unánimemente como una de las obras más importantes de la historia de la filosofía: Crítica de la razón pura. Y entonces aparece la iglesia católica dictaminando que este libro debe formar parte de su listado de libros prohibidos. Dejaremos en paz a la iglesia católica porque su vergonzosa y ancestral conducta aquí, hoy martes, no viene al caso. Lo que sí procede es decir que no deberían existir dos partes sino una sola, una sola que no hemos aprendido: es necesario que la razón y la experiencia se unan para avanzar, igual que sería necesario que la Derecha y la Izquierda se unieran para poder avanzar mejor, que dios y el demonio tomaran asiento uno frente al otro para negociar la paz sin pistolas bajo la mesa y se pusieran de acuerdo para no hacer daño a los que no queremos saber nada de líos ni controversias. Kant habló de la paz eterna, pero ahí no acertó, no existe la sabiduría necesaria para ello. El ser humano no llega a tanto. Después de Kant vinieron las guerras más sanguinarias de la historia de la humanidad. Así que el martes uno debería intentar que las cosas se reconciliaran consigo mismas y que no se encresparan los distintos puntos de vista sobre las cosas porque no sirve de nada, a lo sumo pueden ser útiles para escapar del tedio a que nos somete lo cotidiano.