martes, 25 de marzo de 2008

LOS BALEARES


¿Somos catalanes los baleares? Uno piensa que no. Los baleares somos oriundos de las Islas Baleares (En la antiguedad los griegos denominaron a Mallorca y Menorca como las islas Gimnesias), y nos caracteriza un dialecto del idioma catalán. Igual que a los valencianos, su dialecto también procede del idioma catalán. Nuestra manera de hablar se va a perder en pocas generaciones porque los niños estudian y aprenden el catalán en el colegio; pronto se irá cambiando el movimiento gutural de los baleares al hablar y comenzaremos a hablar igual que los catalanes, pero eso ya lo harán las siguientes generaciones.
Ese apego a una región española que se quiere separar de España no me gusta. Yo, como la mayoría de baleares, me siento eso: mallorquín y español. Pero no servirá de nada cómo nos sintamos. Los políticos se saldrán con la suya. En un momento de la historia en que nos fortalece la unión europea, el separatismo me parece sencillamente una estupidez. Es lo mismo que navegar a contracorriente, es lo mismo que dar la espalda a la historia, al conocimiento y a la coherencia. 


















martes, 11 de marzo de 2008

LOS NUEVOS PECADOS


La Iglesia incorpora nuevos pecados, y hay algunos que no son pecados contra dios sino contra nosotros mismos, como el consumo de estupefacientes, las injusticias sociales o los atentados contra el medio ambiente. Pero ahora la iglesia ya no pone precio para el perdón de estos pecados, parece que ya no imponen la "taxa camarae". Se trataba de una tarifa en la que decía, por ejemplo: un pecado contra natura con niños o bestias solamente pagará 131 libras. Así, pues, parece que la Iglesia se acerca a las personas con estas cuestiones; pero la antigua institución no es capaz de despegarse de los viejos dogmas. Lo hacen ostensible cuando señalan a la manipulación de embriones como pecado. A todos nos puede asustar que la ciencia llegue a fabricar criaturas vivas. Por eso, los límites a estas actuaciones deben estar bien definidos por el sentido común; aunque sus ventajas no deberían recortarse cuando se limiten a reparar un corazón, un páncreas o un hígado, por ejemplo. Hay muchas personas que sufren estas enfermedades y desean que les curen. Al añadir la manipulación genética a su lista de pecados, estaría bien que la Iglesia, para compensar, facilitara a los enfermos una vía de acceso a dios; aunque fuera a través de los cauces reglamentarios, como son los cardenales y los obispos, a quienes, por una mera cuestión de rango, se les supone más cerca del señor que al resto de simples mortales. Estos altos dignatarios, representantes de dios en la tierra, podrían utilizar sus vestiduras brocadas, sus inciensos y sus hisopos plateados para abrir un halo mágico que curara órganos enfermos. De esta manera la sanación sería algo cotidiano, no provocaría peregrinaciones multitudinarias ni habría necesidad de manipular embriones. La institución religiosa recuperaría su antiguo esplendor, y todos volveríamos a la misa de los domingos y respetaríamos sus leyes.