sábado, 27 de mayo de 2017

ESTUPIDEZ IMPERIAL







Se puede bromear sobre su estupidez y analizar las caricaturescas maneras de actuar de los tres personajes reales que provocaron la destrucción de Europa en 1914, pero más que eso dan ganas de llorar. Francisco José, gran rey del imperio Autrohúngaro había reinado sobre estos vastos teritorios durante unos sesenta años manteniendo, de cara al exterior, la romántica imagen de su romance y boda con la bella y malograda Sissí. El mundo estaba cambiando y Francisco José, rodeado de arrogantes generales, no se enteraba de nada. El proletariado comenzaba a secarse las babas ante las imágenes de la realeza y a pedir un poco más de comida, y el emperador no entendía nada de eso. A principios del siglo XX Europa ya llevaba casi cincuenta años de paz, las terrazas de París se llenaban de gente bien vestida y las calles de Viena abrían teatros, bibliotecas y cafés. Francisco José había envejecido y tras la misteriosa muerte de su hijo Rodolfo, nombró sucesor a su sobrino Francisco Fernando.

En 1908 el Imperio Austrohúngaro se anexionó Bosnia, lo que provocó un inmenso rencor en Serbia, país que aspiraba a ser La Gran Serbia. Y así se planificó el asesinato del heredero al trono del imperio Austrohúngaro: Francisco Fernando. El heredero y su esposa visitaron Sarajevo, capital de Bosnia, y allí sufrieron un atentado del que salieron ilesos, luego, en lugar de protegerse, los muy listos se fueron al ayuntamiento a protestar y fue allí donde les esperaba el radical bosnio Gavrilo Princip con una pistola proporcionada por los serbios, los asesinó. Este asesinato fue la ignición de todo el desastre mundial. Francisco Fernando tenía intención de cambiar las estructuras políticas del imperio. En sus intervenciones como heredero mostraba intenciones de mantener una política exterior pacífica, y fue él quien evitó la participación del Imperio en las guerras de los Balcanes de 1912 y 1913. Tal era la diferencia de criterios entre el viejo emperador y su heredero, que cuando el primero se enteró, en una cacería, del asesinato de su sobrino, dijo que la providencia había resuelto lo que él no había podido resolver. Ni siquiera asistió a su entierro.

El Imperio notificó a Serbia su deseo de entrar en el país para investigar el asesinato del heredero, Serbia se negó y el Imperio le declaró la guerra. Y aquí tenemos el inicio de toda la brutalidad que costó unos diez millones de muertos y veinte millones de heridos y lisiados. Serbia era un país pequeño protegido por acuerdos militares con Rusia. El Imperio bombardeó Belgrado y Rusia envió las tropas a su frontera.

El Káiser Guillermo II estaba histérico viendo que Inglaterra y Francia poseían más colonias que él, y, además, sabía de la existencia de tratados militares con Rusia, mientras él sólo se llevaba bien con el Imperio. Viendo las tropas rusas tan cerca exigió a su primo el Zar Nicolás II que se retirara de sus fronteras, el Zar no le hizo caso y Guillermo II declaró la guerra a todos los aliados. El presidente de Francia, Poincaré, había visitado Rusia muy recientemente y le había dicho al Zar que ese lío de los Balcanes se tenía que quedar en Serbia porque de lo contrario, con todos los acuerdos militares (Francia era también aliada de Inglaterra y Rusia), eso podría acabar con Europa. Así que el viejo emperador Francisco José, el Zar y su primo el Káiser fueron los tres nefastos y podridos cerebros que provocaron la destrucción de Europa.

El general alemán Ludendorff, muy hábil, facilitó el regreso a Rusia de Lenin, revolucionario ruso exiliado en Suiza, a efectos de montarles un tremendo lío que los hiciera retirar de la guerra, y lo consiguió; aunque después del derrocamiento del Zar, el presidente ruso Kerensky quiso mantener los acuerdos militares y continuó con la guerra contra Alemania hasta que Lenin lo derrocó. Luego Lenin obtuvo la paz con Alemania transiguiendo en todo. Alemania ya pudo enviar a todos sus ejércitos a los frentes occidentales. Lanzó sus submarinos al mar a la caza de buques de suministros y hundieron al trasatlántico británico Lusitania y a muchos buques estadounidenses que llevaban provisiones y armas a Inglaterra. Y así tenemos a dos primos en guerra y al tercero ya derrocado: Jorge V, Guillermo II y Nicolás II. Los bolcheviques no tardaron en asesinar al Zar y a toda su familia

Las trincheras europeas de la primera guerra mundial son uno de los espectáculos más abominables de la historia humana, sangre y pedazos de cadáver devorados por ratas y perros por todas partes. En pueblos y ciudades los alemanes violaban a las mujeres francesas, les cortaban los senos y también cortaban las manos a los niños. No sé si es cierto, pero sí sé que está escrito por ahí.

Los aliados, incluso Estados Unidos, en Europa y en territorios de África y Asia, desmembraron el imperio Austrohúngaro y derrotaron a Alemania, a quien impusieron unas condiciones que el país no toleraba y lo llenaba de rabia, esa rabia germinó un odio que, unos diez años después, Adolf Hitler comenzó a sacar provecho para acabar llevando a los alemanes a destruir Europa por segunda vez y a quedar de nuevo humillados. No habrá una tercera vez, a Alemania le costó aprender a comportarse, pero por fin lo consiguió.



lunes, 15 de mayo de 2017

AUTODIDACTAS






AUTODIDACTAS

Yo creo que es mejor ir a la universidad, y así he conseguido que mis hijos tengan un título universitario, bueno lo han conseguido ellos, yo sólo puse las conversaciones, el empeño y los medios necesarios. El mayor es licenciado en Derecho y el menor es diplomado en Ciencias Empresariales. Los estudios son una base que ayuda a abrirse un camino profesional; pero por otra parte son una disciplina que obliga a trabajar las letras o las ciencias, y esa obligación nos lleva a esforzarnos para aprobar los exámenes y obtener un título oficial. Se obtiene también el conocimiento y, por decirlo de alguna manera, el desperezamiento de las neuronas. Los estudios obligan a trabajar al cerebro y a quitarle la pereza, luego, supuestamente, la persona que ha estudiado tiene más capacidad para comprender las cosas. Pero no todas las personas son iguales: los que han estudiado y se han esforzado mucho para ser médicos, abogados, economistas, ingenieros etc. no significa que entiendan cosas que no pertenecen a su ámbito de estudio, y es una pena. Muchos profesionales importantes se centraron tanto en su profesión que perdieron el interés por otras cosas de la cultura, la historia y la ética. Imagino que hay muchas excepciones, una de ellas es mi amigo Vicente Carles, quien, siendo arquitecto técnico, escribió en mi Blog una disertación sobre literatura que me encantó. Aquí dejo mi admiración por Vicente y el recuerdo de unos tiempos vividos en Valencia, y el recuerdo también de los paseos desde su oficina al estanco de la calle Artes Gráficas para comprar un paquete de tabaco. Otra excepción es el prolífico Isaac Asimov. La famosa frase que he puesto en el encabezamiento viene dada por ser él autodidacta como escritor. Los estudios que le dieron capacidad para escribir novelas de éxito fueron autodidactas porque su formación universitaria era de Química. El conocimiento no se obtiene solamente en la monotonía del estudio, hay un complemento muy importante, se trata del interés que tenga uno en la materia que está estudiando. Cuánto más nos guste lo que estamos estudiando mejor lo entenderemos y mayor será nuestro éxito profesional en la rama a que nos dediquemos. Me remito a Emilio, título de un voluminoso libro sobre la educación que escribió Jean Jacques Rouseau, y, sin que él fuera un ejemplo de educador (abandonó a sus hijos), plasmó unas teorías que hoy en día en Occidente se consideran el primer tratado sobre filosofía de la educación. Aunque de Rouseau a mí lo que más me gustó fue su Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres y el contrato social. 


Todo eso que acabo de escribir es lo normal, lo que popularmente se sabe. Pero hay otras cuestiones, hay que preguntarse cómo es posible que uno de los grandes genios de la literatura universal fuera autodidacta. Cervantes no fue a la universidad. La de su ciudad, Alcalá de Henares, la había fundado el cardenal Cisneros un siglo antes. Cervantes fue capaz de escribir la obra literaria por antonomasia. Y ya entrando en lo contemporáneo tenemos al Nobel Saramago cuyos estudios fueron de formación profesional: Cerrajería. Después tenemos a García Márquez, a Jorge Luis Borges y muchos otros ilustres sin título universitario. En el cine tenemos a Woody Allen, Stanley Kubrick o Tarantino que tampoco fueron a la universidad.

En la ciencia tenemos a los más antiguos como Arquímedes, Da Vinci y Pitágoras, entre otros. Arquímedes: está entre los más sabios de la antigüedad, además de su famoso principio sobre la flotación, inventó la polea compuesta que permite multiplicar exponencialmente la fuerza, inventó el tornillo para subir agua que se usa actualmente incluso en quirófanos, y pienso que fue la base que sirvió para construir las electrobombas de líquidos actuales. Arquímedes también inventó los espejos orientados al sol para que su reflejo quemara las naves enemigas. Él dio una aproximación muy precisa del número PI, pero lo hacía generando polígonos dentro de una circunferencia. Hasta que llegó la era de los ordenadores no se supo que la cantidad de decimales que este número irracional podía contener era de miles de millones. Da Vinci fue polímata. En el siglo XV ya dibujó submarinos, elicópteros, tanques y coches; y es considerado uno de las más grandes pintores de la historia. Pitágoras: En la construcción y la industria se genera una perpendicular a partir de su teorema que, según parece, no lo descubrió él. Hay cierto misticismo y desconocimiento sobre este genio. Pero sí parece que una parte de las matemáticas y de la música avanzaron a partir de sus enunciados. En su escuela filosófica se partía de la base de que la realidad más profunda es de naturaleza matemática. Sobre eso creo que todavía no se le puede oponer ninguna tesis.

En el siglo XX tenemos a Nicola Tesla, un científico inquietante. Gracias al él tenemos los mandos a distancia y los teléfonos móviles. Él determinó que la electricidad se debía distribuir en corriente alterna en contra de la creencia de Edison, quien se equivocó al estar convencido de que la corriente debía distribuirse continua. Tesla creía que la electricidad podía estar en el aire y ser gratuita y que no hacían  falta cables para distribuirla, que podía captarse igual como ahora captamos las ondas de radio y de televisión. También diseñó el rayo de la muerte del que ahora nos queda el láser. Por eso, tal vez, la ortodoxia lo trató de científico loco. Pero la brillantez intelectual de Tesla no es sólo eso: casi toda la ciencia del electromagnetismo descubierta por Faraday y Maxwell la desarrolló Tesla, quien, sin tener un título de ingeniero, ha resultado ser uno de los ingenieros eléctricos y mecánicos más importantes de la historia. Dodge y Ford, cuyos coches supongo que existirán siempre, fueron autodidactas. Y de los recientes más destacados: Bill Gates, Mark Zukerberg y Steve Jobs no hace falta decir nada, sólo que ninguno de ellos obtuvo título universitario.

No puedo terminar un artículo sobre autodidactas sin referirme al matemático indio Ramanujan, su sabiduría puede hacernos creer en la ciencia ficción, o tal vez nos pueda llevar a pensar que existe la palingenesia. Ramanujan no estudió más que lo básico del colegio, por lo que su inteligencia podría ser de origen epígono, como si él se hubiera regenerado durante miles de vidas dedicadas a las matemáticas. Durante su estancia en Londres se puso de manifiesto que él iba muy por delante de los más brillantes matemáticos de la época y, a regañadientes, la flema británica lo tuvo que nombrar miembro de la Royal Society en el convulso año 1918.

La lista de genios autodidactas desde la antigüedad hasta nuestros días es interminable. Pero esto no significa que todos los autodidactas sean genios. Por ejemplo: yo soy autodidacta, estudié Ingeniería Industrial, Historia y Filosofía y no soy un genio. Y tampoco significa que los que no son autodidactas sean geniales, hay mucha gente con título universitario que no destaca, precisamente, por su brillantez intelectual.