domingo, 27 de abril de 2014

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ


Parece que la genialidad no es hereditaria. No hay nadie para sustituir la magia de las letras del difunto García Márquez. Él rompió los moldes de lo establecido hasta entonces, de lo hortodoxo en la literatura. Agarró los cuentos de su abuela, quien confundía fácilmente la ficción de la realidad palpable, como ha ocurrido con muchas de nuestras abuelas, y tuvo el coraje de escribir, por ejemplo, que Melquíades estuvo doscientos años muerto y se cansó de estar muerto y regresó al pueblo. Yo he escuchado historias de abuelas; escuché que una mesa con dos cirios encendidos perseguía a una abuela por la calle y que esta misma abuela vio a su madre muerta caminando de su brazo por la calle como un ectoplasma de ceniza. Recuerdo que cuando escuchaba estas palabras me daba cuenta de que quien me hablaba creía ciertos estos sucesos. También escuché a personas de mediana edad hablando de los ángeles, de su existencia imperceptible y protectora, de ángeles buenos y de ángeles malos. Y me acordé de la recurrente frase gallega: “Las meigas no existen pero haberlas haylas”. La novela “Cien años de Soledad” está llena de meigas, de mariposas amarillas y de flores; pero más que otra cosa está llena de belleza.