domingo, 29 de abril de 2018

LOS MÉDICOS Y LA ENFERMEDAD DE PERTHES


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De verdad que admiro a los médicos, entre otras cosas porque mis conocimientos sobre esta ciencia son nulos. Pero hay más, para ser médico una persona debe poseer una alta dosis de filantropía: amor al género humano. Su trabajo consiste en un sacrificio permanente para hacer que la salud de las personas, dentro de sus posibilidades, funcione lo mejor posible. Y sí existe un contraste entre los médicos y el resto de seres humanos, cuyos entornos están llenos de trampas, de envidias, de zancadillas y de odios, principalmente en contextos políticos que dan espectáculos lamentables constantemente en las noticias, se les ve cómo mienten con descaro, cómo se pelean y cómo comparecen ante los tribunales de justicia, pero hoy no vamos a hablar de escoria política sino de este mundo de profesionales que lo dan todo por el bienestar de sus congéneres.

Por la parte que me afectó y por lo que pueda servir a quienes se vean afectados por la enfermedad de Perthes, hoy relataré mi experiencia con esta enfermedad. Cuando mi hijo Carlos tenía siete años un día se quejó de dolor en la cadera, al principio no le hacíamos caso pensando que se trataba de dolores leves por su crecimiento; pero unos días después se quejó de dolores muy fuertes y nos fuimos enseguida al hospital Son Dureta. Después de radiografías nos comunicaron que padecía la enfermedad de Perthes y que tenía que quedar ingresado, inmovilizado y con una pesa en una pierna para que el hueso redondo de la cabeza del fémur no tuviera ninguna rozadura con su alojamiento. Lo tuvieron así atado en la cama durante unas dos semanas hasta que la inflamación desapareció. Nos dijeron que no podría caminar sino con una férula que dejara su pierna enferma colgando. Especificaron el artilugio, y una vez que Carlos se adaptó a él comenzó a llevar una vida normal. Los médicos del hospital nos dijeron que esta enfermedad siempre se cura sola y que tarda unos dos años y medio. Y así nos mentalizamos de que nuestro hijo tendría que caminar con esos hierros durante este tiempo. Nos informamos de quién era el traumatólogo infantil con más prestigio de Palma y casi todas las personas a las que preguntamos nos hablaron del doctor Gasull. Y así acudimos a su consulta. Este médico miró atentamente las radiografías y nos dijo lo mismo que nos habían dicho en el hospital, aceptó la férula que Carlos utilizaba para caminar y nos dijo que debíamos ir a su consulta una vez al mes. Y así lo hicimos durante casi dos años. Una radiografía cada mes y los mismos comentarios, hasta que llegó un día en el que el médico nos dijo que la enfermedad estaba evolucionando mal y que debía operar, abrir toda la carne de la cadera e instalar unos hierros que debería llevar hasta que cumpliera dieciocho años. Hizo rápidamente el presupuesto de lo que quería cobrar por la intervención y nos enseñó unos fotos horribles de lo que iba a hacer en la cadera de nuestro hijo. Nuestra respuesta fue inmediata: si todos los médicos coinciden en que la enfermedad de Perthes se cura sola por qué quiere operar, llevamos dos años con el problema y siempre nos han dicho que en menos de tres años esta enfermedad cura sola. Con actitud autoritaria, la respuesta del médico fue escueta y arrogante: hay que operar. Si ustedes, sus padres, no aceptan la operación probablemente su hijo quede cojo para el resto de su vida y será su responsabilidad, ustedes lo llevarán en su conciencia no yo. La madre de Carlos y yo decidimos que no íbamos a decidir nada hasta informarnos mejor y de esta manera, con miedo y dudas, no aceptamos la imponente determinación del Dr. Gasull y fuimos a consultar a otros traumatólogos de Palma. Todos coincidieron en que había que operar, unos de una manera y otros de otra, pero todos querían abrir al niño para instalarle hierros en los huesos de su pierna derecha. El miedo y las dudas crecieron, pero continuamos sin aceptar las tesis de los médicos por una mera cuestión de sentido común: si todos ellos coinciden en que la enfermedad de Perthes se cura sola por qué lo quieren operar. No hay una respuesta coherente a esta pregunta. Y así pasamos una semana en blanco sin saber qué hacer.  

Recuerdo que el sábado de esta semana terrible, por cosas de mi trabajo, fui a la calderería donde me estaban fabricando unos depósitos de hierro. Allí, el gerente, mi amigo el ingeniero Rafael Hoyo, me dijo que me veía mal, con la cara triste, cosa poco habitual en mí, según dijo. Le expliqué lo que pasaba con mi hijo Carlos y él contestó que había ido al sitio adecuado para dar una solución al problema de mi hijo. La verdad es que me hizo reír. Le dije: Rafael, si tú te dedicas a fabricar cosas de hierro, qué tiene que ver eso con el problema de mi hijo. Luego él me contó que hacía años se le cayó una pieza de hierro en un pie y todos los traumatólogos de Palma se lo querían cortar diciendo que ese pie no tenía arreglo. Y qué pasó, pregunté todo impaciente. Luego él me explicó que tras la decepción de lo que decían los traumatólogos de Palma, inició consultas en Barcelona a través de amigos suyos. Le recomendaron que fuera a visitar al doctor Viladot. Bien, pues el doctor Viladot de Barcelona le salvó el pie, sólo se le nota una leve cojera. Actualmente Rafael ya lleva años jubilado. Inmediatamente fui a casa para llamar a este médico, pedí hora y me dijeron que el profesor Viladot no tenía horas disponibles hasta dentro de unos seis meses, pero que me podían dar hora en dos semanas en la consulta del doctor Viladot, hijo. Aceptamos.

El médico aparentaba una edad similar a la mía en aquel entonces, unos treinta y siete años, su aspecto era caucásico y su cara mostraba la serenidad de quien conoce bien su oficio. Cuando el doctor Viladot miraba atentamente las radiografías, la impaciencia por escucharle se me hacía asfixiante; pero enseguida habló: Veo que se ha regenerado el riego sanguíneo en la cabeza del fémur. La enfermedad casi está curada. Creo que en unos seis meses el niño ya podrá caminar”. Tengo que verle una vez cada dos meses y así seguiremos el proceso. Enmudecimos. Por fin habíamos encontrado una respuesta coherente al problema. Nadie instaló hierros en la pierna de nuestro hijo y a los seis meses empezó a caminar, la enfermedad de Perthes había curado sola. Cuando salimos de la consulta fuimos a buscar una tienda de zapatos por las calles adyacentes a la del médico, en el distrito diecisiete de Barcelona; le compramos unos deportivos. Recuerdo una tarde soleada y apacible y recuerdo también que yo escondía mi cara con las manos en un vano intento de que en la zapatería no vieran las abundantes lágrimas que no podía contener por la emoción de ver curado a mi hijo. Carlos tardó unas semanas en caminar bien ya que los músculos de la pierna que había estado enferma, de tanta inactividad, se habían quedado dormidos. En los siguientes diez años acudíamos a la consulta del doctor Viladot para vigilar la pierna de Carlos una vez al año, hasta que el médico nos dijo que no hacía falta que volviéramos, que todo había ido normal. Carlos practica deportes, nunca a cojeado ni ha tenido la más mínima secuela de aquella enfermedad, que ya está olvidada. Pero yo no lo olvido, y no presumo de haber sido inteligente, presumo de haber aplicado el sentido común, la postura más razonable, una postura que ningún médico de los que visitamos en Palma aplicó. Cuando Carlos empezó a caminar escribí una carta al doctor Gasull y le dije que tenía pruebas fehacientes de su incompetencia porque había querido abrir las carnes de nuestro niño sin que fuera necesario. Me extendí bastante en aquella carta, que ya no quiero recordar.

Entiendo que en todas las profesiones se cometen errores y que los errores médicos están entre los más peligrosos, pero yo no acuso a los médicos de Palma que vieron a mi hijo: Gasull y otros de haber cometido un error, los acuso de aplicar criterios inconsistentes y de estúpida arrogancia. No quiero imaginar que hacen eso por dinero porque sería demasiado miserable por su parte. Donde estos médicos veían problemas, el doctor Antonio Viladot Voegeli vio que la enfermedad estaba casi curada. Así que vamos a imaginar que los médicos de aquí fueron incompetentes al no entender la radiografía que estaban viendo. Muy lamentable.

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