De
verdad que admiro a los médicos, entre otras cosas porque mis
conocimientos sobre esta ciencia son nulos. Pero hay más, para ser
médico una persona debe poseer una alta dosis de filantropía: amor
al género humano. Su trabajo consiste en un sacrificio permanente
para hacer que la salud de las personas, dentro de sus posibilidades,
funcione lo mejor posible. Y sí existe un contraste entre los
médicos y el resto de seres humanos, cuyos entornos están llenos de
trampas, de envidias, de zancadillas y de odios, principalmente en
contextos políticos que dan espectáculos lamentables constantemente
en las noticias, se les ve cómo mienten con descaro, cómo se pelean
y cómo comparecen ante los tribunales de justicia, pero hoy no vamos
a hablar de escoria política sino de este mundo de profesionales que
lo dan todo por el bienestar de sus congéneres.
Por
la parte que me afectó y por lo que pueda servir a quienes se vean
afectados por la enfermedad de Perthes, hoy relataré mi experiencia
con esta enfermedad. Cuando mi hijo Carlos tenía siete años un día
se quejó de dolor en la cadera, al principio no le hacíamos caso
pensando que se trataba de dolores leves por su crecimiento; pero
unos días después se quejó de dolores muy fuertes y nos fuimos
enseguida al hospital Son Dureta. Después de radiografías nos
comunicaron que padecía la enfermedad de Perthes y que tenía que
quedar ingresado, inmovilizado y con una pesa en una pierna para que
el hueso redondo de la cabeza del fémur no tuviera ninguna rozadura
con su alojamiento. Lo tuvieron así atado en la cama durante unas
dos semanas hasta que la inflamación desapareció. Nos dijeron que
no podría caminar sino con una férula que dejara su pierna enferma
colgando. Especificaron el artilugio, y una vez que Carlos se adaptó
a él comenzó a llevar una vida normal. Los médicos del hospital
nos dijeron que esta enfermedad siempre se cura sola y que tarda unos
dos años y medio. Y así nos mentalizamos de que nuestro hijo
tendría que caminar con esos hierros durante este tiempo. Nos
informamos de quién era el traumatólogo infantil con más prestigio
de Palma y casi todas las personas a las que preguntamos nos hablaron
del doctor Gasull. Y así acudimos a su consulta. Este médico miró
atentamente las radiografías y nos dijo lo mismo que nos habían
dicho en el hospital, aceptó la férula que Carlos utilizaba para
caminar y nos dijo que debíamos ir a su consulta una vez al mes. Y
así lo hicimos durante casi dos años. Una radiografía cada mes y
los mismos comentarios, hasta que llegó un día en el que el médico
nos dijo que la enfermedad estaba evolucionando mal y que debía
operar, abrir toda la carne de la cadera e instalar unos hierros que
debería llevar hasta que cumpliera dieciocho años. Hizo rápidamente
el presupuesto de lo que quería cobrar por la intervención y nos
enseñó unos fotos horribles de lo que iba a hacer en la cadera de
nuestro hijo. Nuestra respuesta fue inmediata: si todos los médicos
coinciden en que la enfermedad de Perthes se cura sola por qué
quiere operar, llevamos dos años con el problema y siempre nos han
dicho que en menos de tres años esta enfermedad cura sola. Con
actitud autoritaria, la respuesta del médico fue escueta y
arrogante: hay que operar. Si ustedes, sus padres, no aceptan
la operación probablemente su hijo quede cojo para el resto de su
vida y será su responsabilidad, ustedes lo llevarán en su
conciencia no yo. La madre de Carlos y yo decidimos que no íbamos
a decidir nada hasta informarnos mejor y de esta manera, con miedo y
dudas, no aceptamos la imponente determinación del Dr. Gasull y
fuimos a consultar a otros traumatólogos de Palma. Todos
coincidieron en que había que operar, unos de una manera y otros de
otra, pero todos querían abrir al niño para instalarle hierros en
los huesos de su pierna derecha. El miedo y las dudas crecieron, pero
continuamos sin aceptar las tesis de los médicos por una mera
cuestión de sentido común: si todos ellos coinciden en que la
enfermedad de Perthes se cura sola por qué lo quieren operar. No hay
una respuesta coherente a esta pregunta. Y así pasamos una semana en blanco sin saber qué hacer.
Recuerdo que el sábado de esta semana terrible, por cosas de mi trabajo, fui a la calderería donde me estaban fabricando unos depósitos de hierro. Allí, el gerente, mi amigo el ingeniero Rafael Hoyo, me dijo que me veía mal, con la cara triste, cosa poco habitual en mí, según dijo. Le expliqué lo que pasaba con mi hijo Carlos y él contestó que había ido al sitio adecuado para dar una solución al problema de mi hijo. La verdad es que me hizo reír. Le dije: Rafael, si tú te dedicas a fabricar cosas de hierro, qué tiene que ver eso con el problema de mi hijo. Luego él me contó que hacía años se le cayó una pieza de hierro en un pie y todos los traumatólogos de Palma se lo querían cortar diciendo que ese pie no tenía arreglo. Y qué pasó, pregunté todo impaciente. Luego él me explicó que tras la decepción de lo que decían los traumatólogos de Palma, inició consultas en Barcelona a través de amigos suyos. Le recomendaron que fuera a visitar al doctor Viladot. Bien, pues el doctor Viladot de Barcelona le salvó el pie, sólo se le nota una leve cojera. Actualmente Rafael ya lleva años jubilado. Inmediatamente fui a casa para llamar a este médico, pedí hora y me dijeron que el profesor Viladot no tenía horas disponibles hasta dentro de unos seis meses, pero que me podían dar hora en dos semanas en la consulta del doctor Viladot, hijo. Aceptamos.
Recuerdo que el sábado de esta semana terrible, por cosas de mi trabajo, fui a la calderería donde me estaban fabricando unos depósitos de hierro. Allí, el gerente, mi amigo el ingeniero Rafael Hoyo, me dijo que me veía mal, con la cara triste, cosa poco habitual en mí, según dijo. Le expliqué lo que pasaba con mi hijo Carlos y él contestó que había ido al sitio adecuado para dar una solución al problema de mi hijo. La verdad es que me hizo reír. Le dije: Rafael, si tú te dedicas a fabricar cosas de hierro, qué tiene que ver eso con el problema de mi hijo. Luego él me contó que hacía años se le cayó una pieza de hierro en un pie y todos los traumatólogos de Palma se lo querían cortar diciendo que ese pie no tenía arreglo. Y qué pasó, pregunté todo impaciente. Luego él me explicó que tras la decepción de lo que decían los traumatólogos de Palma, inició consultas en Barcelona a través de amigos suyos. Le recomendaron que fuera a visitar al doctor Viladot. Bien, pues el doctor Viladot de Barcelona le salvó el pie, sólo se le nota una leve cojera. Actualmente Rafael ya lleva años jubilado. Inmediatamente fui a casa para llamar a este médico, pedí hora y me dijeron que el profesor Viladot no tenía horas disponibles hasta dentro de unos seis meses, pero que me podían dar hora en dos semanas en la consulta del doctor Viladot, hijo. Aceptamos.
El
médico aparentaba una edad similar a la mía en aquel entonces, unos
treinta y siete años, su aspecto era caucásico y su cara mostraba
la serenidad de quien conoce bien su oficio. Cuando el doctor Viladot
miraba atentamente las radiografías, la impaciencia por escucharle
se me hacía asfixiante; pero enseguida habló: Veo
que se ha regenerado el riego sanguíneo en la cabeza del fémur. La
enfermedad casi está curada. Creo que en unos seis meses el niño ya
podrá caminar”. Tengo que verle una vez cada dos meses y así
seguiremos el proceso. Enmudecimos. Por fin habíamos encontrado una respuesta coherente al problema. Nadie
instaló hierros en la pierna de nuestro hijo y a los seis meses
empezó a caminar, la enfermedad de Perthes había curado sola.
Cuando salimos de la consulta fuimos a buscar una tienda de zapatos
por las calles adyacentes a la del médico, en el distrito diecisiete
de Barcelona; le compramos unos deportivos. Recuerdo una tarde soleada y apacible y recuerdo también que yo escondía
mi cara con las manos en un vano intento de que en la zapatería no
vieran las abundantes lágrimas que no podía contener por la emoción
de ver curado a mi hijo. Carlos tardó unas semanas en caminar bien
ya que los músculos de la pierna que había estado enferma, de tanta
inactividad, se habían quedado dormidos. En los siguientes diez años
acudíamos a la consulta del doctor Viladot para vigilar la pierna de
Carlos una vez al año, hasta que el médico nos dijo que no hacía
falta que volviéramos, que todo había ido normal. Carlos practica deportes, nunca a cojeado ni ha tenido la más mínima secuela de aquella enfermedad, que ya está olvidada. Pero yo no
lo olvido, y no presumo de haber sido inteligente, presumo de haber
aplicado el sentido común, la postura más razonable, una postura
que ningún médico de los que visitamos en Palma aplicó. Cuando
Carlos empezó a caminar escribí una carta al doctor Gasull y le
dije que tenía pruebas fehacientes de su incompetencia porque había
querido abrir las carnes de nuestro niño sin que fuera necesario. Me
extendí bastante en aquella carta, que ya no quiero recordar.
Entiendo
que en todas las profesiones se cometen errores y que los errores
médicos están entre los más peligrosos, pero yo no acuso a los
médicos de Palma que vieron a mi hijo: Gasull y otros de haber
cometido un error, los acuso de aplicar criterios inconsistentes y de
estúpida arrogancia. No quiero imaginar que hacen eso por dinero
porque sería demasiado miserable por su parte. Donde estos médicos
veían problemas, el doctor Antonio Viladot Voegeli vio que la
enfermedad estaba casi curada. Así que vamos a imaginar que los
médicos de aquí fueron incompetentes al no entender la radiografía
que estaban viendo. Muy lamentable.
www.pedrotugores.blogspot.com
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