Hay
una carta en el Diario de Mallorca titulada “La llei del tabac” que metaforiza
este asunto con elegancia. Cuando uno entra en un bar de copas puede quedarse
impregnado de brea fétida, tan asquerosa que ya no puede entrar vestido a su
casa, se tiene que desnudar en el zaguán para no apestar el hogar, y después
deberá bañarse frotando todos los rincones de su anatomía con piedra pómez. La
intolerancia lleva a pensar así, con un maniqueísmo humeante y desairado. Somos
de izquierdas o de derechas, fumadores o no fumadores, católicos o agnósticos;
y por ahí no se ve ni un solo atisbo de eclecticismo. Los fumadores deben ser
conducidos a las mazmorras, igual que los no creyentes a las hogueras de la
Edad Media. Un fumador no puede besar en la boca a una no fumadora porque la
boca de la víctima quedará impregnada de efluvios malignos y por eso no podrá
nacer el amor. Un fumador no podrá recordar al poeta Ausias March cuando decía
que sólo temía a la muerte porque ésta acabaría con su amor ya que el amor no
nacerá. La pez griega del tabaco lo habrá impedido, igual que la religión lo
impide entre judíos y musulmanes. Y así el tabaco se convertirá en una religión
marginal. Ya no se permitirá siquiera que los fumadores tengan sus espacios
contaminados para ellos solos. No, fuera, a la puta calle. Mientras me dejen
fumar en mi casa estoy salvado.