Tengo
escrito que el arte es una burbuja traviesa de la efervescencia del alma, y la
música tal vez sea eso: una ebullición empírica ni sólida ni líquida ni
gaseosa, sin color, sin forma, sin luz, intocable… sólo se distingue del alma
porque es audible. Con ese sonido bailamos y nos emocionamos. La música puede
ser muchas cosas: lo que realza el pánico en una película de terror o la
manifestación extrema de la belleza, como en El Lago de los Cisnes de
Tchaikovsky, por ejemplo. Parece anecdótico que algo tan intangible como la
música resulte ser el medio a través del cual se pueda manifestar lo más bello
de nosotros mismos, los mejores sentimientos… el amor; a través de ella somos
capaces de flotar, de sentir que la gravedad se hace más débil y que nuestro
amor es más sólido y romántico. La música ha estado y está en la cabeza de
todas las generaciones y de todos los lugares. Cada lugar y cada tiempo con la
suya. Mi padre decía: “quita ese ruido”, y yo les he dicho lo mismo a mis
hijos. Battiato cantaba que lo de África es monserga, y Lady Gaga, vestida de
libélula, vuelve locos a los adolescentes. Manifiesto mi admiración extrema
hacia las personas que se dedican a la música, a los que la crean, a los que la
enseñan y a los que la interpretan. Yo intento aprender a escuchar.