Hay
quien le llama Mangarín. El caso parece un asunto kafkiano, donde predomina lo
absurdo; aunque ya estamos acostumbrados. Basta ver las noticias y tomar
conciencia de lo que está pasando en el mundo para contemplar un nivel de absurdo
propio de un tratado del escritor checo. Pero las actividades del yerno del rey
tienen una enjundia especial. Ya no es sólo una codicia desmedida y estúpida
como la que llevó a Jaume Matas a querer presumir de palacio en el paseo del
Born de Palma con el dinero de los contribuyentes; es, además, la implicación
de la familia real en el lodo de esa corrupción que se lleva el dinero español
a los paraísos fiscales. Supongo que podemos entender que políticos de tres al
cuarto como nuestro ex presidente y tantos otros actúen como parásitos
traicionando al pueblo que les confió una responsabilidad importante. Cuesta
entender la conducta de Urdangarín, y cuesta más aún comprender que un yerno de
la real casa pueda actuar así durante años sin que se le paren los pies. Por
ese motivo supongo que mucha gente ya empieza a admitir que las monarquías son
un verdadero anacronismo. Y es que no tienen la sangre azul, ciertamente:
pueden ser víctimas de la cleptomanía, igual que cualquier ciudadano de a pie,
como Marnie la ladrona, por ejemplo.