Entre
otras definiciones, la RAE nos dice que esta palabra: crisis, se refiere al
estado de un asunto o proceso cuando está en duda la continuación, modificación
o cese. Es una definición incisiva que invita a reflexionar porque desde hace
unos cuatro años estamos atenazados por la crisis económica, una crisis que nos
indica que estamos haciendo algo mal, no sólo el despilfarro de dinero público
sobre el que, según parece, se han adoptado medidas, como la limitación, por
Ley, del endeudamiento. Hay otro problema: la banca, con una avidez reptil, nos
ha prestado demasiado dinero, haciéndonos creer que somos más ricos de lo que
en realidad somos. Parece que la economía hubiera sido dirigida desde un club
de meretrices. Existe otra crisis más larga y tal vez más dolorosa que parece
un auspicio del pasaje bíblico de la Torre de Babel en dos aspectos distintos:
el primero sería la ambición de llegar al cielo, y el segundo podría ser el
drama del desentendimiento. Tengo la impresión de que cada día hay más gente
que aun hablando el mismo idioma no se entiende en nada, es como un
resurgimiento del viejo egoísmo; un egoísmo que convierte en utópico y
fantasioso cualquier anhelo de empatía generalizada. Un egoísmo que frustra las
intenciones de un hombre porque hay una mujer que no le comprende; un egoísmo
que frustra las intenciones de una mujer porque hay un hombre que no le
comprende. Ojalá fueran útiles las plegarias y las oblaciones, así, al menos,
podríamos hacer algo para detener este proceso de desmoronamiento económico y
familiar.