No me voy a referir a la utopía romántica de Karl Marx sino
a la pesada losa que nuestra civilización lleva sobre sus espaldas. Partiendo
de que las necesidades más básicas de las personas son el alimento, la vivienda
y el vestido, el capital se ha venido organizado para que el valor de estos
consumos vierta sus beneficios en ese capital y lo engrandezca. Es el mismo
capital que nos presta el dinero para la vivienda, y el que nos desahucia si
nos quedamos sin trabajo. Los bancos y las grandes superficies comerciales son
propiedad de los mismos capitalistas que, legalmente, ejercen de modernos
dictadores manipulando nuestras vidas mientras crece la enjundia de sus
cuentas. Y así en Occidente tenemos bellas democracias haciéndonos creer que
somos libres. Los políticos son títeres a disposición del capital, por ello, al
capital le da lo mismo quien gobierne; el derecho que nos da la democracia de
elegirlos es sólo la pequeña dádiva inútil que nos conceden para diferenciarse
de los grandes dictadores del siglo pasado. Pero ahí están, protegidos por los
legisladores, regalándonos algún caramelo y expoliando la riqueza. La población
occidental está empobreciendo, y los ricos de cada día son más ricos. Y el
pueblo continúa obedeciendo los consejos de su publicidad, acudiendo a sus
grandes superficies a comprar las patatas y pidiéndole hipotecas para comprar
una casa porque sus leyes no le dejan construir en las tierras que heredó de
sus antepasados. Creo que fue a principios del siglo XIX cuando Thomas
Jefferson vaticinó esta dramática actualidad.
Si los políticos no fueran títeres legislarían de manera que
la riqueza de los países fuera de los ciudadanos en general y no de unos pocos
privilegiados. No estoy hablando de utopías comunistas sino de capitalismo
razonable porque sólo hay dos cosas que ensucian la economía: la conducta
reptil de los bancos (Umbral) y de las grandes corporaciones. El presidente
Rajoy está diciendo que hará lo que tenga que hacer para crear empleo, la CE
dotará de fondos la iniciativa de crear empleo para los jóvenes, y todo seguirá
igual y se perderá el dinero de manera estúpida, como siempre. Alguien escribió
que “todo tiene que cambiar para que podamos continuar igual”. Y eso es lo que
no se atreven a hacer los políticos: cambiar. Los bancos, tal como son, no
deberían existir; es necesario un diseño diferente. Las grandes superficies
comerciales no deberían permitirse y así podrían subsistir de nuevo los
pequeños comercios de los barrios y de los pueblos. Las multinacionales de la
moda que usan niños chinos para confeccionarla son una aberración que la Ley
permite. Si se pudieran resolver estas cosas, la gente tendría trabajo y la
riqueza no iría a paraísos fiscales. De momento no nos queda más remedio que
asumir que el capital abusa de los ciudadanos y que la mayoría de políticos son
títeres, y el resto están ante la justicia o en la cárcel. ¡Qué futuro tan
halagüeño vamos a dejar a nuestros hijos!