Los que vivimos la movida nocturna de los años ochenta y noventa ahora estamos viendo una noche extraña en el Paseo Marítimo de Palma. Se observa que un setenta por ciento de las personas que deambulan la noche son chicas con minifalda y carmín rojo en los labios a las que nadie mira, ningún hombre las requiebra. Y ellas van juntas en grupos de tres a seis, incluso más, y bailan solas. Los chicos siguen sin mirarlas y sin bailar con ellas. Ellos también van juntos en grupos menos numerosos y también bailan entre ellos y hablan y sonríen, pero no miran a las chicas. Entonces uno se pregunta qué está pasando.
Los porteros de los locales, vestidos de negro, tienen un
aspecto metálico, como los terminators.
De vez en cuando aparece un desfile de chicas casi desnudas con inmensas
melenas rubias y enormes labios postizos de purpurina roja que sujetan con un
elástico como si se tratara de un antifaz para la boca. Tras ellas van chicos
con cuidadas musculaturas vestidos de guerreros romanos, y la gente los mira
impasible, como quien observa una procesión de Semana Santa, excepto mi mujer y
mi cuñada a las que les gusta mucho la fiesta y quieren dejar constancia gráfica
de haber estado ahí. Puede que todo eso sea un ronroneo silencioso de los
jóvenes que intentan protegerse y no caer en los mismos errores que cometimos
sus padres; pero no lo sé.