martes, 20 de septiembre de 2016

FLORES PARA LOS MUERTOS







Los crisantemos existen para colorear el otoño de los muertos porque esperan a que languidezca el mes de octubre para florecer. Mi madre los regaba todo el verano, y el día primero de noviembre cortaba sus flores y, junto con hojas de palmera y otras plantas, hacía varios ramos floridos para llevarlos al túmulo donde están los restos de mi padre, de sus hermanos y de otros seres queridos. Mi madre también murió y ahora ya nadie planta crisantemos en mi casa. Decimos los restos porque nos han enseñado que hay algo tras la muerte, y yo entiendo que resulta arrogante y pretenciosa esta afirmación porque no se puede demostrar su veracidad, más bien la ciencia parece sospechar que no hay nada después de la muerte, pero no lo afirma ni lo niega. Una postura seria es la que no afirma ni niega ni cree cosas que no se saben.

Este día y estas flores muerden nuestra memoria para avivar el recuerdo de aquellos seres queridos que ya no están con nosotros, y saltan algunas lágrimas todos los años, inevitables para mí. En el cementerio se puede observar la nostalgia de la gente y sus lágrimas, unas viejas y otras nuevas más dolorosas. Sospecho que esta tristeza no se produce sólo por la añoranza de los muertos, creo que también sobreviene porque hay una parte de nuestra conciencia que nos recuerda que algún día, inevitablemente, moriremos. Esto sí es cierto. Es una de las pocas sentencias sobre las que se puede afirmar que son ciertas dentro de nuestra quebradiza realidad, una realidad sobre la que, según parece, ningún otro animal es consciente. Mis dos perritas no saben que algún día o alguna noche morirán, nosotros sí lo sabemos. Alguien dijo hace poco que la muerte inventó el tiempo para poder seguir matando, porque sin el tiempo no moriríamos, es el tiempo el que nos mata.


El calendario coloca el recuerdo de los muertos en otoño. Y así el otoño y los muertos se convierten en una metáfora ontológica del atardecer del día, de las semanas, de los meses, de los años y de la vida animal. La vida vegetal parece que también va a morir, pero no es cierto, sólo se les caen las hojas a muchos árboles para solidarizarse con la tristeza ambiental. Los pecíolos dejan de nutrir las hojas para que se mueran y vuelen hasta el suelo como en un suicidio colectivo de pájaros. Estas hojas se mimetizan y adoptan el color de la tierra, se funden con ella y entran en el territorio infinito de la muerte sobre cuyos gusanos nace una incipiente hierba que va matando el tono pardo de los campos. Por la mañana veo que también va muriendo lentamente la neblina misteriosa de la noche. No siento frío ni calor, sólo siento que la monotonía del otoño me invita a escuchar canciones que me aten a este pesimismo estacional, como Una balada de otoño, de Serrat, por ejemplo. Escucho a Serrat mientras mi mujer sonríe a mi lado, aunque estemos en otoño. https://youtu.be/5v66eaBzJmA



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