DOS PARTES.
Los dedos en las llagas de la actualidad.
Parece
como si todo estuviera compuesto de dos partes, más o menos
antagónicas, más o menos amigas, más o menos enamoradas. La
mayoría de los seres del reino animal se componen de dos partes
simétricas, digo la mayoría porque hay excepciones: he visto
animales asimétricos (Hay unos cangrejos que tienen una mordaza
enorme y otra pequeña). Para que exista una amistad son necesarias,
como mínimo, dos partes. Para el amor también hacen falta dos
partes, y para que la vida continúe hacen falta dos sexos.
Somos
esclavos de las dos partes porque siempre estamos en una de ellas y
luchamos contra la otra. Creemos que la otra parte es mala y somos
capaces de llegar a las armas, incluso a la guerra para defender la
parte que creemos buena y honesta. Sólo aceptamos la simetría de
nuestros cuerpos: esa parte izquierda o derecha de nuestro cuerpo no
es nuestra enemiga, pero hay un motivo muy evidente: sin esa parte no
seríamos más que medio cuerpo inútil que sólo podría caminar a
saltitos. Cuando el amor se rompe, esa parte que completaba nuestra
existencia ya comienza a odiar a la parte que antes amaba. Y esa es
la naturaleza humana sobre la que el empirista David Hume escribió
unos abultados volúmenes, unos textos larguísimos que la sabiduría
popular resumiría en esta famosa frase: “La cabra tira al monte”.
La naturaleza humana es un concepto sobre el que se han posicionado
muchos filósofos. Darwin decía que podía cambiar con el tiempo,
Rouseau que era maleable; Hegel, Nietszche y Sartre, entre otros, lo
pusieron en entredicho; y la psicología moderna no se define. Y
nosotros, la gente de la calle, ¿qué tenemos que pensar? Pues yo
creo que empezamos a pensar que la naturaleza humana, entre otras
cosas, tiene una mancha que no varía con el tiempo, que no es
maleable y que se hace ostensible cada día en los medios de
comunicación: las dos partes, una contra la otra. En partidos de
fútbol ha habido muertos por defender a la parte a la que siguen. En
política hay odios exacerbados hacia la parte contraria, y ahí se
acometen toda clase de estratagemas y demagogias para vencer al
contrario. Yo prefiero la sabiduría del refranero, la que dice que
todos los extremos son malos, una sabiduría a la que los filósofos
llaman llaman eclecticismo.
No
me gusta hablar de política y no suelo hacerlo, pero sí me gusta
analizar la conducta humana, y de eso tratan mis artículos que se
publican en el blog pedrotugores.blogspot.com,
como ya he dicho en otras ocasiones. Y si hablo hoy de las dos partes
no es para adentrarme en los confines de la historia sino para ver
cosas que ocurrieron en el turbulento siglo pasado y de qué manera
nos afectan actualmente.
La
extrema derecha
España
vivió de rodillas durante cuarenta años bajo la dictadura de un
individuo mediocre, inculto y con una frialdad de mármol a la hora
de que sus alfanges cortaran cabezas. Adoctrinaban a los niños en
los colegios para obedecer y vivir con miedo. El contubernio entre el
Estado y el Clero ataba muy corto el pensamiento de la gente. La
amenaza de los curas: nos amenazaban con algo más terrible que la
muerte: el infierno, lugar donde se quemarían nuestras entrañas en
una combustión eterna, o sea que no se trataría de morir y listo
sino de sufrir el fuego eternamente en nuestra carne. Esa era una
amenaza que yo escuché más de una vez siendo niño de una
dictadura. Y la amenaza del Estado era ambigua, pero todos sabíamos
que era fácil entrar en la cárcel y ser fusilado por pensar
distinto. No había que pensar distinto, había que adherirse a la
idiosincrasia establecida. Así que la extrema derecha esclaviza a la
gente y la tiene atemorizada, acobardada y hundida.
La
extrema izquierda
Cuando
leí “La rebelión en la granja” de Georges Orwell, se me mojaron
los ojos por la tristeza de unos acontecimientos que Orwell
metaforizó en una granja. Los bolcheviques alzaron al pueblo ruso
contra el zar prometiendo un comunismo idílico en el que ya no
habría privilegiados y así consiguieron el poder, luego los mejores
palacios y manjares pasaron a ser propiedad de los cabecillas: Lenin,
Stalin, Trotski y sus acólitos. Ellos dejaron morir de hambre a la
mitad de la población de su país. La llamada dictadura del
proletariado ha sido más infernal que las dictaduras militares
porque ellos, los militares, dejan ganar dinero a la gente por su
trabajo, dejan tener negocios y dejan vivir, sin libertad, pero vivir
en definitiva; en cambio la extrema izquierda no permite tanto. El
poder es de unos pocos y sólo dejan migajas al pueblo que siempre
vive en el filo del hambre. Ejemplos actuales destacados: Cuba,
Venezuela y Corea del Norte. En estos países todo el dinero es para
los que mandan y no tienen un “Generalísimo” sino un “Amado
Líder” al que deben adorar como a un dios.
Comparaciones
A
juzgar por lo ocurrido en el siglo XX, es un hecho incontrovertible
que las dictaduras de la izquierda aplastan más al individuo que las
dictaduras de derechas. Las dos dictaduras usan las pistolas para
hacer callar a la gente, pero las militares no engañan, disparan y
punto, y, empuñando las armas, obtienen el poder. Las dictaduras de
izquierdas no usan las armas para obtener el poder, usan las mentiras
más descaradas y nefarias que pueden usar las personas: prometen lo
contrario de lo que piensan hacer (Rebelión en la granja).
Conclusiones
para el presente
La
derecha es corrupta y la izquierda también. Mucha gente honesta se
adhiere a partidos anti-sistema como protesta por el desolador
panorama político. Una postura muy legítima, pero algo ingenua, a
juzgar por la historia del siglo XX. El colectivo anti-sistema
muestra flecos de sus retorcidas intenciones: pretenden sacarnos de
lo malo, pero no nos dicen que quieren llevarnos a algo mucho peor:
Cuba, Venezuela, etc. Nada ha cambiado, el partido con más votos
extremistas se financia a través de dictaduras socialistas, y la
derecha se finanancia a través de la corrupción. Y así volvemos a
las dos partes que nos esclavizan, dos partes egoístas en busca del
poder a costa de lo que sea. Conociendo la demagogia política, me
cuesta entender como hay tanta gente que defiende con ahínco a su
partido, y me cuesta entender los motivos que llevan a las personas a
seguir con fuerza un ideal político que siempre acabará
decepcionándolos. Hablo del
Estado, una fuerza dominada por el poder económico y encaminado a
empobrecer a los ciudadanos en beneficio del gran capital. Cuando
uno sabe de qué manera el capitalismo empobrece de cada día más a
la gente, le entran ganas de rebelarse contra lo establecido, de
hacer algo. Pero en estos casos viene a cuento una frase genial de
Noel Clarasó: “Hay gente que cuando ha de hacer algo, hace algo,
aunque no sea lo que tiene que hacer”. Y digo esto porque cualquier
rebelión, la de Cataluña, por ejemplo, la entiendo, pero es alocada
e inconsciente. Si Cataluña obtuviera la separación de España,
posiblemente, en pocos años, nos acordaríamos de Orwell y de su
rebelión en la granja porque siempre ocurre lo mismo. No sugiero la
anarquía, y la rebeldía no sirve para nada. Estamos perdidos. Si el
gobierno central es injusto con Cataluña, un posible gobierno de
Cataluña también sería injusto con sus ciudadanos. Los cabecillas
serían los que continuarían sangrando al pueblo, saldrían los
nuevos sátrapas (como lo fue Pujol), y la historia se repetiría,
como ha hecho siempre. Y sí resulta doloroso como nuestros hermanos
catalanes tienen a sus dos partes encrespadas, una contra la otra,
por motivos inútiles que no conducen a nada. Todo el entusiasmo, los
gritos y las manifestaciones públicas de la gente a favor de la
libertad y la independencia se convertirían, con los años, en el
hastío de la derrota cotidiana, lugar en el que se tendrían que
buscar otros ideales para continuar matando el tedio de sus vidas con
una épica de ceniza. Siempre ha sido así, no hay excepciones.
Habría que enseñar Historia con más coherencia a los niños para
que de mayores estuvieran más relajados. Recuerdo una frase, no sé
de quién, que decía: “Mira a la izquierda y a la derecha del
tiempo, y que tu corazón aprenda a estar tranquilo”.
Se
puede entender a las personas con vocación de servicio público de
las administraciones locales, que por proximidad al ciudadano
normalmente tienen una conducta correcta y
eficaz, da igual que sean de izquierdas o de derechas. Las dos partes
están muy próximas cuando se trata de ser coherentes. En Campanet y
otros pueblos de Mallorca que conozco no observo ningún defecto
político.
Las
leyes son la prueba más demoledora de las imperfecciones humanas y a
su vez también son la prueba más contundente de nuestra evolución
como individuos en sociedad, si bien no pierden vigencia las tesis de
Diógenes, los problemas que vaticinó están ahí.
La
ley suprema: la carta magna, es la que ha conseguido que Europa viva
en paz y apacigüe el antagonismo de las siempre presentes dos
partes. Pero esto no significa que las dos partes se adormezcan
porque los extremistas últimamente han intentado arañarla.
Creo
que sería mejor para todos que las personas se ocuparan de ser lo
más felices posible con su familia, con sus amigos y con su trabajo
porque el poder, sea de la derecha o de la izquierda, siempre abusará
de la gente. Creo que fue Kafka quien dijo algo así como que si ves
el mundo como una parte contra ti, es mejor que te pongas del lado
del mundo porque en contra no tienes nada que hacer.