El título de esta novela era: "Ensayo sobre el amor y la maldad" hasta que me recomendaron que, aunque se tratara de un ensayo, no lo titulara así debido a que los ensayos se leen menos que las novelas y son más propios de ambientes universitarios por seguir un rigor distinto. Creo que es una tontería pero al final accedí a poner el nombre de la protagonista como título de este ensayo. Hay confusión y discrepancias sobre lo que es ensayo y lo que es novela, me refiero al ensayo sobre la ceguera de Saramago: es una novela, pero ahí se ensaya sobre la ceguera de una manera demoledora y brutal. María León es una novela/ensayo que analiza los hechos históricos que nos han llevado a la realidad actual.
Transcribo el prólogo que escribió el profesor de psicología, mi amigo Vicente Prieto.
PRÓLOGO
Por
Vicente Prieto Rubio
Al
preguntarme por qué tienen tanto éxito algunas películas, la
respuesta surge rápida porque la creo sencilla: el guión está bien
pensado y bien escrito por personas con talento, pero sobre todo
porque los actores que nos las traducen no interpretan personajes,
son personajes.
De
Juan Rulfo se dijo que nadie se inventó que hablara con los muertos,
realmente habló con ellos. Ocurrió allá lejos, en Comala, porque
fue médium. Lo cuentan con palabras en Pedro
Páramo,
una de las mejores novelas del siglo XX. Me conmovió. Ahora, ya en
el XXI, me ha vuelto a hacer vibrar esta novela-ensayo:
María León,
porque he sentido que el autor entró con tanta fuerza en el
sentimiento de un animal, que mientras él iba escribiendo, y yo
leyendo, ambos nos fuimos transformando en monos. Es una sensación
mágica en la que el espacio, el tiempo y el ego acaban
desapareciendo rendidos a las intensas sensaciones del presente. Es
en esa aparente desaparición del yo donde se produce la gran
paradoja del reencuentro con la autenticidad… quizás esa
conciencia en estado puro, libre de enredos de la mente, donde todo
es sentir, quizás eso sea el alma. Mientras leía y vivía esta
historia, desapareció mi pensamiento y sentí mi esencia. Quizás.
Ese
animal nace y vuelve a nacer recordando parte de sus vidas
anteriores. Continúa siendo el mismo, pero siente cómo su especie
antropoide va culminando su evolución hasta llegar a ser humana. Y
desde la altura cognitiva y dominadora que su especie logra alcanzar,
desde su inmenso complejo de superioridad sobre lo animal, inicia la
más triste de las caídas. Tantos logros materiales para terminar
derrumbándose en la más cruel de las pobrezas: la indiferencia y el
hastío, la pasión por lo superfluo. Su ascensión fue de poder y de
apariencias pero despreció el tesoro de la autenticidad. Creyendo
ser más, se esforzó para que, en el fondo, no se le notara que se
sentía menos…
Nuestro
personaje vive en determinadas épocas de la Historia, pero sigue
sintiendo lo mismo que sentía cuando vivía en las ramas de los
árboles. Eckhart Tolle, estando al borde del suicidio, descubrió
que toda nuestra vida es “ahora mismo”, que no tenemos otra cosa
francamente real; comenzó a sentir sus presentes, a vivirlos, y
comenzó a amar a todo ser viviente y a vibrar con las joyas
naturales que lo rodeaban… igual que nuestro mono en su árbol.
Pero el humano común asesina sus presentes con los enredos y las
mentiras de su mente individual, que no es otra cosa que la mente
social algo matizada. La inteligencia se construye desde la
sociabilidad mediante un doble proceso de fuera hacia dentro, señaló
el psicólogo ruso Vygotsky, y nuestro mono contempla aterrado cómo
esa sociabilidad introducía en los individuos valores de “parecer”
en lugar de inteligencia para “ser”. La tristeza no es
consecuencia de los sucesos externos, sino hija de la ignorancia, y
la ignorancia es generada por uno mismo para protegerse de sus
miedos.
Pedro
Tugores me dijo hace años que la cuarta parte del libro no la
escribió él, fueron los mismos protagonistas de la historia quienes
lo hicieron, él sólo la mecanografió. Sospecho que tampoco creyó
escribir las tres primeras, pensó que eran sus personajes quienes al
ir cobrando vida propia y opinar sobre lo que les rodeaba, sobre lo
que les ocurría y sobre lo que les sucedía a los demás, le iban
dictando las ideas. Pero permitidme que os diga que, en realidad,
esos personajes eran meros transmisores de la esencia más pura, más
genuinamente humana de su creador. Y le fueron regalando la
posibilidad del reencuentro mágico consigo mismo. Hay quien dice que
en la mayoría de libros hay algo autobiográfico; yo diría que sólo
algo no es autobiográfico… porque la realidad que cada persona
siente, la escriba, la diga o a la calle, siempre es subjetiva, y
hasta sus ensoñaciones más estrafalarias nacen de sus propias
experiencias. La originalidad surge de una interpretación caprichosa
pero idiosincrásica de la realidad.
Este
libro contradice poco la historia de los humanos, pero pone el dedo
en algunas de sus llagas. Hace reflexionar, aunque no es una
reflexión desde la mente pensante sino desde la emoción sintiente.
Pedro es un explorador, un buscador permanente de aquello que puede
hacernos sentir más vivos, más reales, más dichosos. Se entusiasma
en su búsqueda, avanza, no encuentra, se cansa de buscar, tropieza,
llora, rectifica, encuentra algo, se levanta, sonríe, se equivoca,
reinicia la búsqueda. En medio de esa magnífica vorágine
existencial alumbra este libro, un libro que no nos resuelve nada,
pero que nos empuja brutalmente a plantearnos con realismo, desde su
lenguaje idealista, un “qué-estamos-haciendo”.