Jean Paul Sartre y Albert Camús
Parece como si los lunes le pegaran una fina lámina untuosa a nuestra piel y que los átomos que forman nuestra anatomía se volviesen perezosos, aunque a media mañana el cuerpo ya se está dando cuenta de que no le queda más remedio que continuar en el cumplimiento de sus obligaciones, y, salvo que los excesos del asueto hayan sobrepasado las costumbres, todo se normaliza; pero lo hace con la añoranza y la resignación de ver muy lejano el próximo viernes. Con la cabeza medio adormecida vemos las noticias que ya sabemos y continuamos asumiendo lo mal que van las cosas para la gente normal y lo bien que le van las cosas a los que nos gobiernan: ellos tienen muy buenos sueldos y una abultada pensión aunque no hayan cotizado los años que obligan a cotizar a los humildes que constituimos el pueblo. Continuamos resignándonos porque es lunes y porque sabemos que el bienestar está más lejos que el próximo viernes. Cualquier lunes conduce mis pensamientos al existencialismo de Jean Paul Sartre o al de Camús. El lunes es propicio para caer en los pensamientos vacíos y sin sentido, en estos pensamientos que buscan respuestas al sentido de existir y no encuentran nada, sólo los que se refugian en las creencias de los predicadores pueden encontrar un sentido a la existencia: creer en dios está bien si resulta útil para que lo cotidiano no aplaste nuestro estado de ánimo. Puede ser más ventajoso refugiarse en la falsedad de la existencia de dios o de dioses que dejarse degollar por la tristeza de una existencia vacía. La extendida creencia de que la vida tiene sentido para servir a dios porque él nos acogerá en el reino de los cielos es la patraña que enfrenta la ingenuidad de la gente al existencialismo de Sartre. El existencialismo también se enfrenta a esos textos que prometen ayudarnos a ser felices, son patrañas. Nunca seremos felices porque la felicidad no existe, sólo hay una alternancia entre la felicidad, la desdicha, la resignación… y la locura que nos puede librar del estado consciente y lúcido de la tristeza. No hay fin, el vacío existencial es eterno, sólo la muerte nos librará de la miseria de vivir, por este motivo, Sartre, apesadumbrado, escribe: He atrapado una mosca y he aplastado su estómago, se han desparramado sus diminutas vísceras: la he liberado de su existencia. Más tarde dice: la luz punzante de mi automovil penetra como una espada en la tenebrosa noche, o algo así, no lo recuerdo con exactitud.
Jean Paul Sartre, un intelectual francés que fumaba en pipa. Tuvo siempre de compañera a la feminista, intelectual y escritora Simone de Beauvoir. Yo me fije en Sartre por su obra "La Náusea", un libro que se modificó en diversas ocasiones. La versión conocida es la de 1938 un año en el que los gobernantes de Alemania, Italia y Japón tenían una conducta nauseabunda y asesina. Esos tres gobernantes hicieron que el mundo reventara en sangre por todas partes. Y España no se quedó atrás, también tuvimos uno de estos gobernantes que se creen enviados de dios para que todos obedezcan sus designios: dictadura degenerada. Luego, en aquellos años bélicos, sí podría ser que la existencia diera asco por razones sobradamente conocidas. Según parece Kierkegaard y Nietzsche sentaron las bases del existencialismo aunque también se puede tener en cuenta a Dostoievski porque lo que escribió no es para entrar en existencias más o menos acomodadas, es puro sufrimiento, desesperación. Yo pienso que éstos fueron los primeros maestros de Sartre aunque se dice que se inspiró, más que con cualquier otro filósofo, en Kafka, ahí donde el existencialismo es más crudo porque no se trata de un tedio sin esperanza sino de angustia pungitiva y larguísima que nunca acaba y si lo hace entonces es peor porque el protagonista de El Proceso acaba asesinado a navajazos. Que me disculpen los que no han leído El Proceso de Kafka por descubrirles el final, pero es que este libro está lleno de finales que no terminan nunca, incluso pasados los años los recuerdos son recurrentes, aparecen en los pensamientos de quienes fuimos capaces de leer este inquietante libro.
Conocí la obra de Albert Camús por "La Peste". Él, de origen menorquín, vivió en Argelia y en París. Siempre vestido de cuello subido y cigarrillo permanente, practicaba un existencialismo agnóstico y decía que la existencia o no de dios no afectaba al hombre. Podría tener razón dentro de sus elucubraciones, pero no si se refería al pensamiento del ser humano porque no es lo mismo vivir profesando fe a dios que vivir en el agnosticismo, pero Camús lo veía así, sería tal vez porque estas cosas tienen tantos matices que todo es discutible, todo puede ser verdad o mentira en función de con quien se baile.
Y para acompañar también algo musical a este fatídico día: lunes, propondría la afirmación de un genial poeta y cantautor ya fallecido, Aute:
Yo pertenezco
a los frutos de un árbol expuesto a secarse.
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