Frente al mar suben
las lomas a unos ciento treinta y cinco grados, las casas han crecido como champiñones y todos ven el mar. Si uno sube más arriba, después de las casas, se encuentra en un paisaje
lunar donde no crecen las plantas, atrás ha quedado la frondosidad, los inmensos
árboles que nunca morirán. El viajero no podrá subir en el funicular a la cima del Teide
porque tendría que haber sacado los pases unos días antes. Lo mismo ocurre en Loro Parque. Se puede ir a Tenerife para dos cosas a las que no tendrá acceso si no es previsor. Nada
es lo mismo que hace treinta años, aunque el océano Atlántico continúa
mostrando su autoridad en estas costas, su infinita llanura tiñe de azul las miradas.
La gente habla con un acento más parecido al de Venezuela que al castellano en sus distintas tonalidades para mostrarse entrañables con los clientes. Aquí, en Gran Canaria, casi todos
son turistas y clientes de tiendas, bares y restaurantes. Y si uno quiere
encontrar exquisiteces culinarias no lo tiene difícil. En el Norte de Gran
Canaria, en la ciudad de Las Palmas, está La Marinera: inmenso restaurante de
pescados y mariscos frescos, y muy cerca está la Casa Carmelo donde las carnes
están al nivel del restaurante más pretencioso. El viajero se entera de que los
vinos que se producen en estas tierras extrañas tienen una calidad muy alta, después
de beber los pensamientos quedan complacidos y esponjosos. Más tarde llega el
desierto: las dunas de Maspalomas, donde, por cierto, hay muchas palomas. Daría
miedo el desierto si no fuera porque de entre las dunas, a lo lejos, se ve el
mar y los hoteles. En este desierto uno se da cuenta de que está en el mismo
Paralelo que Argelia, Libia y Egipto y agradece pertenecer a un país en el que
todavía no se ha deteriorado todo aunque ya resoplen los alaridos del hundimiento de esta vieja Europa. Aquí, en este paralelo, todavía puede el
viajero caminar por las calles y alamedas sin temor, aunque hay muchas calles
donde se oye hablar idiomas que no son de nuestro país y el viajero siente una
cierta inquietud por si acaso las conductas de sus moradores fueran algo
diferentes a las de los pacíficos viandantes. El viajero toma autopista para desplazarse
desde Las Palmas a Maspalomas y hay un momento en que su gallardía de hombre
quiere imitar a Don Quijote de la Mancha y se dispone a embestir con su caballo
a una multitud de inmensas bestias que destrozan los azules horizontes. Por suerte,
antes de que se produzca una tragedia, el viajero recobra la cordura y se da cuenta de que esta
multitud de monstruos en realidad son molinos de viento que producen energía eólica y que su caballo es un Volkswagen
Taigo y que la persona que lo acompaña no es Sancho Panza, es su esposa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario