Paula me dijo: Aquí llueve, ha llovido o lloverá. Puede parecer
una estulticia ingenua porque eso ocurre aquí y en cualquier sitio, pero quien tenga una acentuada sensibilidad para con las percepciones de su entorno, un mes de diciembre en
Santiago de Compostela, puede apreciar un soplo poético en estas palabras. Me
impresionó la afirmación de Paula porque comentarios así los hacen los poetas y
Paula es abogada en ejercicio, es mi hijastra.
En ningún lugar se come tan bien como en Galicia. Yo busqué recomendaciones
en un perímetro de unos cien kilómetros y nada, tuve que averiguar los lugares
a través de Internet. El mejor restaurante según la crítica: D´Berto, en
O Grove, Pontevedra. Está siempre todo reservado, es imposible conseguir mesa,
bueno yo no fui capaz. Pero sí conseguí mesa en uno que no veo tan fácil de
superar: Terra Nosa, en Santiago mismo. Los
centollos pesan varios kilos, nada que ver con los que venden por aquí. Está
después el pez Virrey del atlántico, carísimo, pero vale la pena probarlo.
También se puede ir a una zona de restaurantes exquisitos: Rua do Franco, ahí
hay de todo. No se aprecia nada de crisis por ningún lado, los restaurantes
están todos llenos. En Vigo todos están en la calle, a las seis de la tarde
comienzan a encenderse las luces navideñas, y toda la gente de aquí y de allá,
todos con la mirada hacia arriba viendo el rutilante espectáculo luminoso. La
ciudad de Vigo a esta hora queda saturada. Si la intención del alcalde, Abel
Caballero, era impresionar con tanta luz, lo ha conseguido sobradamente. Tardamos más de una hora en poder salir del
casco urbano en coche.
Mi hijo Roberto, con su peculiar sentido del humor, refiriéndose al
centollo, dijo: Este monstruo está muy sabroso. Roberto quiso
ir Finisterre, supongo que este nombre viene dado porque es el fin de la
tierra, esa es la sensación que da, se acabó el mundo. Así ocurrió con aquel
bosquimano en Los dioses deben estar locos que no se detuvo
hasta encontrar el fin del mundo para echar una maldita botella de cocacola que
había desordenado las conductas de su poblado. Allí, en Finisterre, después de
aparcar el coche caminamos unos quince minutos y ya llegamos a la meta final
del Camino de Santiago, así que no hace falta estar muchas semanas caminando
para llegar a esa meta.

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