Para un
ciudadano corriente queda algo confusa la capacidad de entender los actos
delictivos del ex presidente Matas. Pueden existir dudas respecto a que si, en
el fondo, se deben a reminiscencias de la ciega soberbia del pasado, a una
prolongada ingenuidad fuera de tiempo y lugar o a una mezcla de ambas cosas. La
soberbia del pasado, vigente aún, ha llevado a algunos
gobernantes a creerse elegidos por dios. A través de la historia se pueden
conocer toda clase de atrocidades, como aquellas que permitían a los nobles
romper el candor virginal de toda núbil que se dispusiera a contraer
matrimonio. Se permitían suntuosos palacios robando gran parte de los recursos
a la gente. Y con el ánimo de acrecentar su vanidad, organizaban actos
multitudinarios en los que, vestidos con túnicas brocadas y guirnaldas,
recibían la admiración y el respeto del pueblo, que no era más que miedo. La
ingenuidad se podría deber a una extraña hegemonía de la codicia sobre la
razón. Y, sí, se podría presumir de una mezcla de razones: soberbia y codicia.
La ingenuidad también se puede ver en el hecho de actuar con estas dos
cuestiones como bandera sin tener en cuenta que existen leyes que no permiten la delincuencia. Casi nadie pensó que Jaume Matas estaba
delinquiendo mientras gobernaba. Parecía un buen hombre, y yo creo que lo era y
lo es; esas dos cosas se le escaparon de las manos: la soberbia y la codicia. Y
es ahí donde se hace ostensible su ingenuidad. Me pregunto cómo se le ocurrió
comprar un palacio y dejar que su mujer fuera echando billetes de quinientos
euros como quien esparce pétalos por la calle. Un gobernante no puede hacer
esa ostentación. Así que una persona licenciada en derecho no significa,
necesariamente, que tenga dos dedos de cabeza.