Recuerdo
la raya en el pelo mojado y la misa de las doce, en los años sesenta.
Inconsciente de los flecos hippys que ya se iban desmarcando de la ortodoxia de
aquella época. Recuerdo un aluvión de adoctrinamiento católico, férreo y
amenazante. Una imposición de ideas que está muriendo hasta el punto de que hay
gente que ya no desea funerales para sus muertos. Ahora el adoctrinamiento es
político: una información constante que nos lleva a situarnos a la izquierda o
a la derecha de las ideas. Los aedos políticos tienen éxito con sus arengas y
diatribas porque la mayoría de la gente está a la derecha o a la izquierda de
las cosas. Y si una de las partes tiene mayoría, entonces esa parte se bifurca
incorporando otra tendencia con otros matices para mantener vivo el gusano
antagónico que ocupa las intenciones de la gente; parece como si ese gusano
aportara una sustancia emoliente para el tedio y la monotonía de las personas.
Hace años el escritor LLop dijo que los domingos ya no serían lo mismo cuando
se acabó la serie televisiva “Canción triste de Hill Street”. Y tenía razón,
aquellos domingos ya no volverán, pero habrá otros con otras melancolías porque
los domingos no son más que la víspera de los lunes. Los domingos me hacen
sentir extraño porque yo no estoy ni a la derecha ni a la izquierda ni en el
centro de nada; será que no estoy en ninguna parte o será que no existo, no lo
sé. Pero recuerdo que preguntaron al poeta Fernando Pessoa que porqué creaba
heterónimos como autores de sus poemas, si los heterónimos son seres que no
existen, entonces Pessoa respondió: tampoco
puedo asegurar que Lisboa exista. Así
que me apunto a la idea de Pessoa y digo que si no estoy en ninguna tendencia
política será porque tal vez yo no existo, aunque me permito sentir tristeza al
ver tan lejano el eclecticismo. Todo eso lo digo porque es domingo, mañana diré
otra cosa.
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