Todavía
no se ha despegado del todo la resaca del fin de semana, pero uno ya va
entrando en esas responsabilidades cotidianas que, en definitiva, representan
nuestra vida; una vida que nos echa en cara, tarde o temprano, todo lo que
hicimos mal en los años anteriores: la pereza y las fiestas que truncaron
tantas intenciones intelectuales, o peor aún: la avaricia desmedida y estúpida
que convierte brillantes carreras políticas en ese panorama que nos muestra
Diario de Mallorca hoy en la portada. Vemos a Munar y a su acólito sentados en
el banquillo de los acusados escuchando sentencias de cárcel. Puede que todavía
queden restos de nuestro turbulento pasado: en el Imperio Romano y en otros
imperios el emperador llegaba a creerse un “ser divino”, y no tan lejos tenemos
a nuestro último dictador que llegó a sentirse enviado de dios para dirigir los
destinos de los españoles a su antojo. Y lo más reciente nos muestra a esta
rutilante señora de la política mallorquina que también debió pensar que la
varita mágica de una sílfide le había tocado la nariz y la había convertido en
princesa exenta de las leyes terrenales. La brusca realidad siempre viene a por
nosotros como un demonio imperturbable, y acabamos asumiendo, en silencio, que
el malo no es el demonio que nos busca. Pero no pasa nada, habrá muchos otros
martes y pasarán cosas parecidas.
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