Imagino
que Jean-Paul Sartre diría que el miércoles aparece cuando uno ya lleva dos
días sufriendo a sabiendas de que, pasado el trance de ese día, le quedan otros
dos. Una visión del existencialismo que, para mí, este filósofo culminó cuando
dijo que había pillado una mosca, que había aplastado su estómago con los dedos
y desparramado sus diminutas vísceras, liberándola así de su existencia. Esa
visión existencialista parte de que el hombre no es otra cosa que lo que él se
hace, y la visión que podemos tener de lo que hemos hecho con nosotros mismos
puede ser un lienzo abigarrado, ilegible en tiempo presente y desgarrador y
truculento en las páginas de la historia. Y tal vez todo eso se deba a algo que
dijo Karl Popper sobre la ignorancia. No recuerdo con qué palabras dijo que la
ignorancia no es la ausencia de conocimientos, y es cierto: la ignorancia es el
desprecio por el conocimiento. Nos tapamos los ojos ante la ciencia permitiendo
que a estas alturas se impartan clases de religión a los niños y se dé por
buena la patraña creacionista, sin tener en cuenta para nada a Charles Darwin.
No cuestionamos a un dios
todopoderoso creador de humanos defectuosos para culparlos después de sus
propios errores. (Roddenberry,
productor de Star Trek). Y así una mayoría abrumadora de personas en todo el
mundo tiene más fe en las fábulas de la antigüedad que en lo que diga la
ciencia actual. Desde que se pueden grabar imágenes y sonidos ya no aparecen ni
dioses ni demonios.
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