viernes, 1 de agosto de 2014

LA PLAZA DE CAMPANET


Toquinho cantaba que en los mapas del cielo el sol siempre es amarillo, y yo relaciono esta poética canción con la plaza de Campanet por el recuerdo de cuando los niños dibujábamos la iglesia; lo hacíamos con lápices de colores cuya caja de cartón verde tenía un paisaje alpino con cerros nevados tras un vivaracho cervatillo. En estos dibujos de la iglesia, arriba, pintábamos un sol amarillo; marcábamos los sillares de las paredes con cuadritos de color beig y las campanas de negro. Creo que no me curaré nunca de la nostalgia de aquellos tiempos en los que dibujábamos soles amarillos, comíamos helados en la plaza y jugábamos al escondite en los arrabales. Nada ha cambiado, sólo las personas. Muchos de los niños de los años sesenta y setenta ahora somos padres y algunos ya son abuelos; pero la plaza de Campanet sigue impasible, indiferente al paso del tiempo. Pasaron más de cuarenta años y muchos de los que estábamos allí de niños continuamos, inconscientemente, fascinados por la sosegada brisa que se respira, por las tertulias, por las personas, que no son ajenas; y quizá también por el recuerdo de una adolescencia en la que sentimos el fuego en la garganta con el primer trago de whisky, en la que sentimos la mirada sonriente de alguna niña, una mirada que nos parecía como un beso.


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