Ícaro murió por no hacer caso a su padre, Dédalo. |
Tengo escrito que nuestra verdad está compuesta
por pedacitos de experiencias y de tiempos, y por lo que nos han
enseñado y hemos aprendido; todo ello conforma nuestra manera de ser. Es
una verdad de cuya certeza no dudamos porque se trata de
nosotros mismos, de lo que somos, de lo que pensamos y de lo que decimos.
Nuestra opinión se inclina hacia la derecha o hacia la izquierda de las cosas
en función de esa verdad. Esa verdad es nuestro
punto de vista, es también lo que llamamos nuestros principios, y también
nuestras creencias. Cosas, todas ellas, que componen nuestro carácter. Una
idiosincrasia con infinidad de matices que se hacen ostensibles constantemente
en nuestro entorno. Y yo me pregunto: ¿Si toda esa verdad fuera
una farsa, en qué nos convertiríamos? Y me respondo a mí mismo que si lo
olvidáramos todo podríamos transformarnos en seres más sociables, menos
hipócritas y más cercanos a nuestros semejantes. Pero resulta que mi
pensamiento es una utopía fuera de tiempo y de lugar porque no somos capaces de
entender, por ejemplo, lo que dijo el biólogo francés Jean Rostand: La
verdad que yo venero es la modesta verdad de
la ciencia, la verdad relativa, fragmentaria, provisional,
siempre sujeta a corrección, a rectificación. Por el contrario, rechazo y
detesto la verdad absoluta, la verdad con
mayúsculas, que es la base de todos los sectarismos, de todos los fanatismos y
de todos los crímenes. Recuerdo al cómico Groucho Marx y una de sus
agudas puntualizaciones, dijo: Estos son mis principios. Si no le
gustan tengo otros. Marx parecía entender que aferrarse a alguna creencia
es una estupidez porque el tiempo, la ciencia o la casualidad pueden demostrar
que estábamos equivocados. Pero da igual: rechazando la evidencia, como suele
ocurrir, no tenemos necesidad de admitir que fuimos estúpidos. La ciencia
demuestra que la realidad que somos capaces de percibir no es, necesariamente,
real. Ejemplo: una piedra está compuesta por átomos cuyos electrones giran a
unas setecientas mil revoluciones por segundo, yo miro una piedra, la manoseo y
no veo ni noto nada que se mueva, es una piedra y punto, es nuestra verdad:
una verdad que oculta otra verdad distinta.
Otro ejemplo: la tierra gira en el ecuador a unos 1670 kms/h, y nosotros sus
habitantes sólo notamos que todo da vueltas cuando vamos pasados de copas. Así
que la verdad no es lo que parece.
Este discurso no pretende ser una diatriba contra la estupidez, pero aquí se dicen cosas muy voluminosas porque se trata de la base de todos los antagonismos, de los enfrentamientos políticos, de las guerras, de las peleas entre hermanos y de todo el aire putrefacto que a veces respiramos. Pero el tiempo va disminuyendo el mal olor y suaviza el maniqueísmo fanático de antaño. Ahora ya no creemos que el que piense distinto a nosotros merece morir y comenzamos a respetar posturas ajenas, aunque todavía existen culturas que no han avanzado tanto y ahí, en las noticias, tenemos los resultados: disparos, bombas, una navaja que secciona una yugular. Qué tristeza de civilización la nuestra, la que nos enseña cómo una persona se inmola para matar a otros seres humanos porque piensan distinto. Qué tristeza la envidia, la que hace corretear comentarios despectivos gratuitos que nacen de la dramática pobreza empática de las personas que los profieren.
Ahora existen aviones que nos permiten ir a las antípodas en unas horas, existen porque hubo gente que se preguntó por qué no podíamos volar como los pájaros. Ya en la mitología griega tenemos a Ícaro, quien a pesar de las advertencias de su padre, Dédalo, voló tan alto que el calor del sol fundió la cera que mantenía unidas las plumas de sus alas y se desplomó y murió. Luego sabemos que toda evolución se debe a las personas que se cuestionaron y se cuestionan las cosas y en lugar de preguntar ¿por qué?, preguntaron y preguntan ¿por qué no? A la antigua pregunta: ¿por qué no podemos volar? hay que atribuirle la evolución tecnológica que desde principios del siglo XX nos permite volar. En fin, que la evolución humana se produce porque hay gente que lo cuestiona todo. Si continuáramos anclados en las creencias de nuestros antepasados todavía nos desplazaríamos con calesas y caballos. Esta sería una faceta histórica extrapolable a la esencia filosófica de este discurso sobre la verdad que nos conduce a un planteamiento muy serio: ¿Por qué somos como somos? Si estamos completamente aferrados a una tendencia política y/o religiosa significa que no hemos evolucionado mucho, lo admitamos o no. Ya lo vaticinaba Mark Twain en el siglo XIX cuando dijo: Si usted está al lado de la mayoría, es el momento de hacer una pausa y reflexionar. Una mayoría puede ser de unos cientos o miles de personas, gente gregaria aplaudiendo al aedo que enardece los ánimos de los oyentes con diatribas que salen de su boca como saetas destinadas a los opositores. No, esto no es evolucionar, es tener el estigma de un pasado terrible. Y por eso estas letras se convierten en un axioma que propone una reflexión de por qué pertenecemos a una tendencia política, a una religión, a una tendencia moderada o enardecida, a una tendencia liberal o conservadora, en lugar de optar por una postura ecléctica. Yo culpo a la manera de ser del sistema educativo de nuestro país porque no tiene (o no aplica) una deontología que obligue a los docentes a ser imparciales en su trabajo. Conocer algunas de las lecturas que recomiendan a los alumnos de instituto es suficiente para saber que muchos profesores no se dedican sólo a la enseñanza sino que también practican el proselitismo. Se trata de una indecencia que pone trabas a la libertad de muchos estudiantes para elegir un camino desde una balconada limpia y ecuánime. No tengo conocimiento de que en clases de filosofía se hable de eclecticismo con el rigor y el tiempo necesarios. El eclecticismo es una corriente filosófica muy antigua que procura conciliar las creencias que parecen más razonables aunque procedan de bloques opuestos (Ortega y Gasset trató el asunto en un contexto ético y político). En este momento político, día diez de agosto de 2016, la gente sí agradecería a los docentes que hubieran enseñado a disminuir lo visceral y a aumentar la capacidad de entendimiento entre las personas. Vamos mal. Ocurre que no hay muchas cosas en nuestra civilización que nos hagan sentir optimistas con el mundo que vamos a dejar a nuestros hijos, pero antes era peor; así que no vamos a ser pesimistas del todo. Aquí dejo un proverbio chino que viene al caso: Corrige a un sabio y lo harás más sabio, corrige a un tonto y lo harás tu enemigo.
Nunca he plagiado nada, pero tengo una costumbre que sí he copiado, es
la de hacer referencia siempre a otros autores. A eso ya lo hacía Michel de
Montaigne. Según decía era para expresar mejor sus pensamientos, y a eso yo
también lo hago por ese motivo. Ahora haré referencia al semiólogo Umberto
Eco por algo que dijo o escribió. No sé de dónde saqué eso, tal vez en El Nombre
de la Rosa o en El Péndulo
de Foucault que son los únicos libros que he leído
de este autor. Lo he recordado al ver que el compañero de la revista Campanet,
Tomeu Rosselló, se ha referido a Eco creo que en dos ocasiones. Umberto Eco más
o menos dijo esto: Toda la historia de la ética es un intento, demasiado
ambicioso, por definir una noción aceptable de estupidez. También dijo: Todo gran pensador es el estúpido de otro. Eso puede que sea verdad, pero como yo no creo en la verdad, entonces nada. El
libro de mis artículos se titula PESIMISMO. Se puede leer en pedrotugores.blogspot.com. Se
trata de artículos de ensayo sobre la conducta humana. Es verdad. Sí, pero puede que no sea verdad, y en este sentido me
refiero a otro personaje importante al que también copio actitudes alguna vez:
se trata del poeta Fernando Pessoa. La anécdota más curiosa que recuerdo de
este poeta es que en una ocasión alguien le preguntó que por qué creaba
heterónimos y los colocaba como autores de sus libros si los heterónimos son
seres que no existen, Pessoa respondió que tampoco estaba muy seguro de que
Lisboa exista. No sé si será por eso que yo también, de vez en cuando, doy un
paseo por las ramas vegetales de la lírica.
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