BAUDELAIRE - ALBERTI - MACHADO
Adoro
a los poetas cuando sus metáforas deshielan los sentidos y nos trasladan a una
lírica que vuela sobre el cemento de las ciudades, se arrastra en el subsuelo o
se pasea como una mariposa sensible a la nastia de los campos floridos. Y me
producen un efecto contrario cuando hacen aflorar la influencia metafísica de
cuando estudiaban. El Ser no es nada, el Yo tampoco, y dios no existe. ¿Qué nos
queda de la metafísica? cuando el núcleo de su existencia es una patraña. Sólo
quedan, pues, los efluvios de estupidez de quienes se creen importantes, de
quienes continúan pensando que hay alguien con una libreta de apuntes que toma
nota de sus buenos actos y de sus pecados. No somos tan importantes. Sólo la
conciencia queda afectada por nuestra conducta, y la conciencia humana sufre
las consecuencias de la irracionalidad de los antepasados. ¿Qué ética hemos
heredado de aquellos que siempre estaban en guerra? Prefiero responderme a mí
mismo con una evasiva: son los poetas los que ponen alas a las palabras y hacen
volar los corazones o llenan los ojos de tristeza cuando hablan de almas
agrietadas o de rostros roídos
por penas de amor (Baudelaire).
Debió de ser enorme la empatía de Alberti cuando pensó en una paloma
equivocada, en una paloma que creyó que tu corazón era su casa… y se
equivocaba. Una extrema sensibilidad de Machado al ver suspiros de fuego en los
maduros campos andaluces.
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