sábado, 19 de diciembre de 2020

MIÉRCOLES

 




Diógenes de Sinope

El miércoles es un día tonto porque ya llevamos dos días trabajando y todavía nos quedan dos más, pero en el horizonte está muy cerca mañana, jueves, que ya es víspera de viernes. Hoy, miércoles, he establecido una similitud que podría causar desagrado: en el gimnasio se ven unos hombres que se parecen mucho a los cangrejos cuando hacen ejercicios en el suelo, me refiero a los congrejos tipo bueny de mar. Los brazos musculosos se llegan a poner tan gruesos que ni siquiera los pueden acercar a su tronco, parece como si fueran alas desplumadas con ánimo emprender el vuelo. Nada que decir, cada uno con sus obsesiones, pero además del gimnasio la gente debería ir más a las librerías. Ya habré dicho alguna vez que Maugham dijo que adquirir el hábito de la lectura protege de casi todas las miserias de la vida. Y así, por el ánimo de leer y de escribir, continuaremos haciéndolo sobre la conducta humana.

Este miércoles me pregunto por qué a la enfermedad de acumular basura se le llama el Síndrome de Diógenes. En el año 1975 se le ocurrió al alguien dar este nombre a esta enfermedad. Diógenes fue un filósofo vagabundo que no quería pertenencias de ningún tipo, así que lo de acumular, sea basura u otras cosas no iba con la manera de ser de este filósofo. El ascetismo de Diógenes, como cualquier otro, significa estar centrado en busca de la perfección espiritual renunciando a lo mundano y como la basura podríamos decir que es algo mundano, eso no iba con Diógenes. Supongo que quien bautizó esta enfermedad con el nombre del filósofo lo hizo pensando que Diógenes era un vagabundo y que lo de acumular basura y trastos es cosa de vagabundos, pues no es así. Se conocen casos de personas con carreras brillantes que sufren este trastorno. Así que muy mal por quien puso este nombre a este síndrome, y muy mal, principalmente por los periodistas, que han divulgado este nombre sin preguntarse si su origen era o no correcto. Los periodistas siempre andan estresados buscando la atención del público sin entrar demasiado en la precisión de lo que dicen. Como ya he escrito otras veces, este miércoles quiero hacer una reflexión sobre los postulados de Diógenes porque en la actualidad tienen una vigencia indiscutible. El nivel de problemas de convivencia en la sociedad crece exponencialmente a medida que una ciudad o un pueblo crece. Diógenes decía que cuánto más gente se agrupa en pueblos y aldeas, más problemas nacen entre las personas. Es cierto. Tengo más o menos calibrado que en un edificio de viviendas hay un veinte por ciento de familias problemáticas, a veces muy problemáticas. Y si multiplicamos este edificio por miles de edificios, luego el problema crece miles de veces. Yo he sido un urbanita durante más de treinta y cinco años y ahora, más que nunca, pienso que vivir en un pueblo es un privilegio porque no hay líos, la gente es entrañable y saluda a los demás por la calle. Las escasísimas excepciones no tienen importancia porque siempre, en todas partes, incluso en este remanso de paz que son los pueblos, tiene que haber algunas y algunos que por su situación, normalmente económica y académica, se creen superiores a los demás y muestran una arrogancia extremadamente estúpida, ahora sin alamares ni caireles ni postizos cenicientos en la cabeza y sin los modales adamados del siglo XVIII pero igual de patéticos. Y en ese contexto procede preguntarse cuál es el efecto y cuál es la causa. Según tengo entendido a las personas estúpidas que se creen superiores y por eso no saludan al vulgo (es decir: que no saludan a la gente como yo, que formo parte de una ciudadanía que no destaca sobre los demás por ningún rasgo ni positivo ni negativo) les crece una especie de moho amarillento en los pliegues de su masa cerebral. Entonces cabría saber si por ser estúpidos les ocurre esto en el cerebro o es al revés: son estúpidos porque les crece esa especie de moho amarillento en los pliegues de la masa cerebral, en este caso estas personas no serían culpables de nada y habría que tener paciencia con ellas. Pero el asunto es más complicado cuando estas personas patéticas que no saludan a los demás por su arrogancia se dedican a la docencia porque los alumnos pueden hacerse una idea estúpida de la vida desde muy jóvenes, por eso procedería que la gente que se dedica a la docencia pasara antes por unos filtros de coherencia. También deberían existir unos filtros para detectar pedófilos entre la docencia; yo sé, por experiencia propia cuando yo tenía doce años, en el colegio de Campanet, que los ha habido y por noticias en prensa sé que de vez en cuando pillan a alguno de estos depravados. En estos casos de pedófilos el moho amarillento existente en los pliegues de su masa cerebral contiene diversos tipos de larva.

Bueno, este miércoles ya voy a dejar en paz a los estúpidos porque posiblemente ellos no sean culpables de su estupidez, existe la presunción de inocencia y hay que practicarla, así que no acuso a nadie y mejor me callo. Sólo cabría añadir que tal vez el estúpido sea yo y no me he enterado, igual que los estúpidos tampoco se enteran de que lo son.

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