domingo, 16 de enero de 2022

ESTIGMAS DE UNA LEVE MALDAD CONGÉNITA









Voy a tratar de escribir sobre lo que considero un mal endémico de gran arraigo. Al preguntarme por qué muchos niños en todo el mundo tienen más afán por buscar defectos en sus congéneres para burlarse que deseos de encontrar la amistad y el compañerismo, debo concluir que no lo sé, pero creo que los niños se contagian de lo que escuchan en sus casas y en sus colegios y por tanto podría tratarse de una especie de virus contagioso con origen epígono. No sé cuál pude ser el porcentaje del arraigo, creo que cambia según el municipio, la provincia, el país... Puedo afirmar esto debido a que yo nunca pertenecí al grupo de personas que se burlan de los demás, más bien yo formaba parte de los débiles que sufrían las burlas ridículas de los más pretenciosos que al final han resultado ser los menos listos. Por qué nunca tuve amigos en mi pueblo, pues por eso. Sólo comencé a tener amigos cuando salí del pueblo, a los dieciocho años, cuando me presenté para el servicio militar. Fue entonces cuando me di cuenta de que yo era una persona normal, aunque persistían mis dudas porque ninguna de las chicas que me gustaron en aquella época mostró el más mínimo interés por mí, así que nunca tuve novia hasta que conocí a una preciosa chica castellana y me casé con ella a los dos meses de haberla conocido, yo tenía veintitrés años. Nunca hablamos el mallorquín en casa, no lo enseñé a mis hijos. Mi juventud en el pueblo y con el idioma de mis padres me parecía una época hostil y continúo pensando lo mismo: hasta que salí del pueblo no salió a flote mi dignidad. Pasados los años, mis mejores amigos siempre han sido castellano parlantes con orígenes de fuera de la isla. Me pregunto si yo nací en lugar equivocado porque ni siquiera sé escribir en mi idioma materno y no me reconozco cuando me traducen. He trabajado unos siete años fuera de la isla, en Valencia y en Madrid y sí me sentí allí como si fuera mi tierra, el nivel de compañerismo y de empatía que encontré allí fue mucho mayor del que hay en Mallorca. Se puede hallar una explicación: desde la antigüedad los isleños siempre vivieron con el miedo a los conquistadores que venían a apoderarse de las islas Gimnesias y pitiusas, hordas que avasallaban a los aborígenes, les quitaban sus propiedades, violaban a sus mujeres y después mataban a todos, incluso a los niños. Y así podemos sospechar del origen de los grandes terratenientes que quedan en las islas. La gran riqueza muchas veces procede de la delincuencia del pasado (ahora ya sólo se hacen ricos los genios y merecen un fuerte aplauso: Bill Gates, Elon Musck, Jeff Bezos, el mallorquín Gabriel Escarrer, etc) Por ejemplo, la Banca March tiene un origen delictivo, pero ahora, menos mal, ya han quitado el nombre del pirata multimillonario de una de las grandes avenidas de Palma, como si alguien con autoridad en el ayuntamiento hubiera leído mis comentarios al respecto) algo de cordura se ve en este cambio. Y así el carácter mallorquín es arisco, desconfiado y cerrado en sus conversaciones o en su capacidad para abrir las puertas de su casa a un vecino para tomar café. No me siento identificado en general con la tierra donde nací ni con su gente ni con ninguna tendencia política porque no existen posturas eclécticas. Me encanta que vengan amigos a tomar café a mi casa, pero aquí no es como en Madrid ni como en Valencia, aquí no hay amigos para venir a tomar café a mi casa. Las casas son como criptas de intimidades misteriosas, sin música ni baile. Ahora que habéis pasado de los sesenta años ¿dónde está vuestra arrogancia? ¿Dónde está la chulería que os llevaba a burlaros de los más bajitos o de los que tenían algún defecto? La vida os ha acobardado ¿verdad? Os habéis quedado resignados y esclavos en el redil de vuestra propia estupidez. Lo más elemental, simple y modesto de la existencia es mucho más grande y complejo que la capacidad que tenéis para entenderlo.   


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