viernes, 18 de abril de 2025

EN CANARIAS TODOS VEN EL MAR

 




Frente al mar suben las lomas a unos ciento treinta y cinco grados, las casas han crecido como champiñones y todos ven el mar. Si uno sube más arriba, después de las casas, se encuentra en un paisaje lunar donde no crecen las plantas, atrás ha quedado la frondosidad, los inmensos árboles que nunca morirán. El viajero no podrá subir en el funicular a la cima del Teide porque tendría que haber sacado los pases unos días antes. Lo mismo ocurre en Loro Parque. Se puede ir a Tenerife para dos cosas a las que no tendrá acceso si no es previsor. Nada es lo mismo que hace treinta años, aunque el océano Atlántico continúa mostrando su autoridad en estas costas, su infinita llanura tiñe de azul las miradas. La gente habla con un acento más parecido al de Venezuela que al castellano en sus distintas tonalidades para mostrarse entrañables con los clientes. Aquí, en Gran Canaria, casi todos son turistas y clientes de tiendas, bares y restaurantes. Y si uno quiere encontrar exquisiteces culinarias no lo tiene difícil. En el Norte de Gran Canaria, en la ciudad de Las Palmas, está La Marinera: inmenso restaurante de pescados y mariscos frescos, y muy cerca está la Casa Carmelo donde las carnes están al nivel del restaurante más pretencioso. El viajero se entera de que los vinos que se producen en estas tierras extrañas tienen una calidad muy alta, después de beber los pensamientos quedan complacidos y esponjosos. Más tarde llega el desierto: las dunas de Maspalomas, donde, por cierto, hay muchas palomas. Daría miedo el desierto si no fuera porque de entre las dunas, a lo lejos, se ve el mar y los hoteles. En este desierto uno se da cuenta de que está en el mismo Paralelo que Argelia, Libia y Egipto y agradece pertenecer a un país en el que todavía no se ha deteriorado todo aunque ya resoplen los alaridos del hundimiento de esta vieja Europa. Aquí, en este paralelo, todavía puede el viajero caminar por las calles y alamedas sin temor, aunque hay muchas calles donde se oye hablar idiomas que no son de nuestro país y el viajero siente una cierta inquietud por si acaso las conductas de sus moradores fueran algo diferentes a las de los pacíficos viandantes. El viajero toma autopista para desplazarse desde Las Palmas a Maspalomas y hay un momento en que su gallardía de hombre quiere imitar a Don Quijote de la Mancha y se dispone a embestir con su caballo a una multitud de inmensas bestias que destrozan los azules horizontes. Por suerte, antes de que se produzca una tragedia, el viajero recobra la cordura y se da cuenta de que esta multitud de monstruos en realidad son molinos de viento que producen energía eólica y que su caballo es un Volkswagen Taigo y que la persona que lo acompaña no es Sancho Panza, es su esposa.