Estos espacios lúdicos donde la gente habla de ir a tomar el
sol y de broncearse no generan tanta atracción sólo por eso, tampoco es
solamente una cuestión de bañarse para contrarrestar el sofocante calor de las
canículas. Hay algo más: se trata de la aproximación a nuestros orígenes, algo
que no controlamos ni admitimos, pero no por eso deja de ser cierto. En la
playa nos dejamos acariciar por la brisa salvaje, pura; una brisa que no
contiene los detritos venenosos de la que pulula en las ciudades. Allí dejamos que
las olas rompan en espumosas cabrillas por nuestra piel y disfrutamos con ello.
La temperatura hace aflorar el afán de aproximarnos a la naturaleza con la piel
lo más desnuda posible. Y en los espacios naturistas es donde uno podría
imaginar en nacimiento del Epicureísmo-dionisíaco, tendencias que, sin llegar
al desorden ni a la borrachera, puede que sean los motores que con más fuerza
mueven nuestras intenciones más íntimas. Un cierto hedonismo con olor a
bronceador se respira por ahí. Y eso, aunque le pese a los eclesiásticos, es
sano. Y se puede acompañar con aquel inmortal Tema
de un lugar de verano de Percy Faith, como un simple
gesto para esquivar esa crisis que nos agobia. La crisis no acabará con los
músicos ni con los poetas ni con los que disfrutan de la playa.
https://youtu.be/HrFGOa_jGB4
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