jueves, 17 de marzo de 2011

TORRENTE


He leído el comentario de ayer sobre Torrente del columnista de Diario de Mallorca Antonio Papell. Lamentable. Cuando una película, por ejemplo, llama la atención de tanta gente de manera masiva, como es el caso, no se puede juzgar el fenómeno con la bisoñez que usa el aludido, que además monta una diatriba que no viene al caso. Esta película es algo más que una grosería porque escarba en instintos básicos de los animales, y nosotros, aunque nos cueste asumirlo, somos animales. Supongo que en este Blog me repetiré sobre Sigmund Freud, él puso el dedo en la llaga cuando explicó las tres partes de los seres humanos: lo animal, lo social y la conciencia. Cuanta más distancia hay entre el animal que llevamos dentro y el Ser social que quieren ver los demás en nosotros, más complicamos la vida a nuestra conciencia. Y por eso precisamente son tan necesarias las consultas a psicólogos y a brujas. La sociedad nos obliga a desvincularnos del animal que llevamos dentro, y nuestra conciencia está hecha un lío. Torrente hace un guiño a nuestro animal, y nos encanta. Ese aire demagógico del que estamos todos impregnados no es más que un disfraz que provoca divorcios y desdichas. En el fondo, y sin que podamos decirlo, todos estamos un poco hartos de nuestra apariencia fingida ante los demás, de las ortodoxas opiniones de quienes hablan en público y de tanta hipocresía. Por eso nos gusta Torrente.

martes, 15 de marzo de 2011

TSUNAMI EN JAPÓN


Parece como si las entrañas de la tierra se hubieran enfurecido en el lejano Oriente. Y que esa rabia pudiera ser debida a que no se hicieron las ofrendas oportunas a los dioses. Así se castigaba antaño al pueblo después de un desastre, pero ahora eso ya no vale. Ahora los geólogos saben que ahí no hay dioses que pinten nada, como en ninguna parte ni en ningún acontecimiento. Así que no vamos a recriminar nada al delegado de dios en la tierra, no le preguntaremos por qué su jefe ha matado a tanta gente inocente, igual que tampoco atribuiremos el tsunami a una flatulencia de Poseidón. Sería mejor echar un clavel al mar con el reflexivo deseo de que la diosa Gaia no muestre sus fauces. En 1945 Japón ya pagó sobradamente su sanguinaria ambición de conquistar el mundo, y lo pagó de la manera más cruel posible: recibiendo los lengüetazos de fuego de los dragones atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki. Una manera demasiado terrible de enseñarles a comportarse. Desde entonces han sido un modelo de conducta, de modales, de educación y de trabajo. Sé que no hay nada ni nadie a quien rezar, pero si lo hubiera, propondría que rezáramos para que los japoneses no sufran más; y para que se duerman sus reactores nucleares, pero todos sabemos que no podemos confiar en las plegarias.