He leído el
comentario de ayer sobre Torrente del columnista de Diario de Mallorca Antonio
Papell. Lamentable. Cuando una película, por ejemplo, llama la atención de
tanta gente de manera masiva, como es el caso, no se puede juzgar el fenómeno
con la bisoñez que usa el aludido, que además monta una diatriba que no viene
al caso. Esta película es algo más que una grosería porque escarba en instintos
básicos de los animales, y nosotros, aunque nos cueste asumirlo, somos
animales. Supongo que en este Blog me repetiré sobre Sigmund Freud, él puso el
dedo en la llaga cuando explicó las tres partes de los seres humanos: lo
animal, lo social y la conciencia. Cuanta más distancia hay entre el animal que
llevamos dentro y el Ser social que quieren ver los demás en nosotros, más
complicamos la vida a nuestra conciencia. Y por eso precisamente son tan
necesarias las consultas a psicólogos y a brujas. La sociedad nos obliga a
desvincularnos del animal que llevamos dentro, y nuestra conciencia está hecha
un lío. Torrente hace un guiño a nuestro animal, y nos encanta. Ese aire
demagógico del que estamos todos impregnados no es más que un disfraz que
provoca divorcios y desdichas. En el fondo, y sin que podamos decirlo, todos
estamos un poco hartos de nuestra apariencia fingida ante los demás, de las
ortodoxas opiniones de quienes hablan en público y de tanta hipocresía. Por eso
nos gusta Torrente.
jueves, 17 de marzo de 2011
martes, 15 de marzo de 2011
TSUNAMI EN JAPÓN
Parece como si
las entrañas de la tierra se hubieran enfurecido en el lejano Oriente. Y que
esa rabia pudiera ser debida a que no se hicieron las ofrendas oportunas a los
dioses. Así se castigaba antaño al pueblo después de un desastre, pero ahora
eso ya no vale. Ahora los geólogos saben que ahí no hay dioses que pinten nada,
como en ninguna parte ni en ningún acontecimiento. Así que no vamos a
recriminar nada al delegado de dios en la tierra, no le preguntaremos por qué
su jefe ha matado a tanta gente inocente, igual que tampoco atribuiremos el
tsunami a una flatulencia de Poseidón. Sería mejor echar un clavel al mar con
el reflexivo deseo de que la diosa Gaia no muestre sus fauces. En 1945 Japón ya
pagó sobradamente su sanguinaria ambición de conquistar el mundo, y lo pagó de
la manera más cruel posible: recibiendo los lengüetazos de fuego de los
dragones atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki. Una manera demasiado terrible de
enseñarles a comportarse. Desde entonces han sido un modelo de conducta, de
modales, de educación y de trabajo. Sé que no hay nada ni nadie a quien rezar,
pero si lo hubiera, propondría que rezáramos para que los japoneses no sufran
más; y para que se duerman sus reactores nucleares, pero todos sabemos que no podemos
confiar en las plegarias.
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