Muchos
hemos estado viendo la final y, después de sufrir bastante, hemos visto cómo
Rafael Nadal y sus compañeros de nuevo han dado a nuestro país el prestigioso
título. Esta clase de triunfos deportivos, igual que los futbolísticos, se
convierten en el lugar donde confluye la parte de nuestra historia en cuyos
inicios tenía las gradas con una configuración similar, pero en lugar de darle
a una pelota, le daban con una espada a los torsos desnudos de los
contrincantes, y el que ganaba era el que asesinaba al otro o el que evitaba
ser devorado por un león. Podemos felicitarnos por haber evolucionado; aunque
hayamos necesitado dos mil años para entender que nuestro ancestral afán de
lucha puede trasladarse a los juegos, que no hace falta morir ni inmolarse para
crear espectáculo. Lo importante es que gran parte de la humanidad ya lo entiende
y lo triste es que todavía hay civilizaciones que no lo entienden. La gran
cantidad de cosas que aún no hemos entendido son las que producen mucha pena, y
con el ejemplo anterior ya tenemos una pista sobre el tiempo que vamos a
necesitar para no sufrir por estupideces, para dejar de envidiar a los que
saben aparentar que están mejor que nosotros, para convertir el odio en un
residuo del pasado en lugar de un alimento para la vida, para comenzar a estar
tranquilos, y, en definitiva, para que la empatía no resulte algo extraño y
desconocido.
1 comentario:
Esta vez no he entendido muy bien la argumentación. No hay párrafo final que resume la idea. Me he perdido. Un saludo, Pedro. Tómese mi crítica como gratuita y constructiva, por favor.
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