Nunca
había escuchado un pleonasmo tan estúpido como el que soltó ayer en televisión
la presidenta de la república Argentina. Dijo: “… Es que yo soy la Jefa de Estado”. Como si
no lo supiera todo el mundo. En aquel cono que acaba en la tierra de fuego, al
que un dibujante de periódico colocó una bota con tacón alto y puntiagudo
cuando los dos países que acaban allí estaban gobernados por mujeres, hay
cierta tendencia a usar vocablos floridos y vistosos. Mi peluquero, que es
argentino, en sus tarjetas pone: “Peluquero Internacional”. Ante un trozo de
hierro, al que aquí todos llamamos hierro, un argentino me puntualizó que eso
era “hierro estructural”. Al margen de esas anécdotas yo me apunto a la magia de Messi con sus
goles, al verano que sentí en mi piel en Buenos Aires un mes de enero hablando
de fútbol con un taxista y a la prosa chispeante de Borges. Y del otro lado del
inmenso Río de la Plata, de Uruguay, me quedo con el recuerdo de la dulzura
de Benedeti y de Juan Zorrilla de San Martín, que bautizó el río Uruguay con el
nombre de “El río de los pájaros pintados”. Prefiero esos recuerdos, y olvidar
que todavía quedan seres superiores, como la rutilante presidenta Cristina
Fernández de Kirchner quien se hace llamar CFK por aquello de la similitud con
el mítico y ejemplar JFK, sin tener en cuenta que para nosotros eso de CFK nos
suena más a insecticida o a algo así.
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