Albert Einstein |
Fue Albert
Einstein quien dijo: El nacionalismo es una enfermedad infantil, es el
sarampión de la humanidad. Y yo me pregunto qué motivos tendría para decir eso
el hombre que, posiblemente, haya sido el más sabio entre los humanos. Tal vez
las barreras son malas, él lo vería así. Pero hay algo que cantaba Raimon: “…
quien pierde sus orígenes pierde identidad”. Será cierto que tenemos alguna atadura
con nuestros orígenes. Esta circunstancia genética es la que aprovechan los
políticos para incentivar los ánimos hacia actitudes que acentúen nuestra
identidad. No está mal. Lo malo es que esa reafirmación a veces nos conduce a
despreciar a los que no tienen nuestras costumbres ni hablan nuestro idioma. Y
precisamente ahí es donde se hacen ostensibles algunas de nuestras bajezas: no
mostramos desdén hacia los que tienen dinero, sólo hacia los pobres. Pero,
además, cerramos puertas con los idiomas y marginamos a los demás al tiempo que
nos marginamos a nosotros mismos. Los nacionalistas son gentes que se han
enrarecido tras sus insignias esperpénticas, una manera de llenar vacíos; pero
no tienen la culpa de nada. Los culpables son aquellos que actúan movidos por intenciones zurcidas en la
trastienda. Y así sabemos que lo de procurar el bien común es pura demagogia.
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