miércoles, 18 de marzo de 2020

CORONAVIRUS


Plaguedoctor

El otro día un gracioso de televisión dijo que la peste bubónica mató a mucha gente, y que muchos murieron también por el susto que se llevaban ante la presencia de estos médicos picudos, a los que se conocía como Plaguedoctors.

Confío en que lo de ahora no sea tan grave. Puede que resulte una bofetada contra nuestro conformismo y contra nuestra pereza y nos despierte en una conciencia más responsable. He escuchado al JEMAD (Es el general jefe del estado mayor de la defensa) diciendo que ahora nuestra situación es como si fuera un estado de guerra y que todos los días son lunes. Así me he acordado de una cita del difunto Francisco Umbral:

Toda guerra es una catarsis por cuanto pone al hombre y a los pueblos en situación de purgarse de sus apariencias, de sus ideales históricos y de su presencia fingida ante los demás.

De los que vivimos ahora pocas personas conocieron  tiempos de guerra, así que no sabemos nada de guerras ni de sus consecuencias y nos encontramos en una situación que no nos acabamos de creer. Nunca estuvimos confinados en nuestras casas para protegernos de un enemigo que no podemos ver y que nos está matando. Si el enemigo fuera como en la película "Los Pájaros" de Alfred Hitchcock por lo menos veríamos a los bichos asesinos y nos podríamos proteger de ellos escondiéndonos, con escopetas o con viandas envenenadas, pero este enemigo de ahora es un demonio que se mete en nuestro cuerpo sin que podamos verlo, sin que podamos envenenarlo ni pisotearlo.

Al papa Francisco, como delegado de dios en la tierra, se le podrían pedir explicaciones: Oiga ¿qué le hemos hecho a su jefe para que nos castigue con esta plaga? Si dios no fuera tan perverso haría caso a los millones de personas que ingenuamente le suplican que detenga este desastre. Si dios no fuera una fábula inventada por los hombres para dominar a otros hombres, si existiera realmente, no creo que fuera capaz de desplegar tanta iniquidad. Nuestra existencia es casual, nadie nos creó, y no somos producto del incesto bíblico.

Si la ciencia no hubiera evolucionado nuestra situación sería igual o peor que la del siglo XIV, pero ahora estamos convencidos de que esto no durará mucho, pocos creen que lleguemos al verano sin una solución, aunque muchos lo tememos. En los años noventa un amigo me decía que si saliera un virus que se pudiera transmitir por el aire que respiramos acabaría con toda la población de la tierra y que esto era posible. Da miedo que el bicho se quede en las superficies vivo esperando a su víctima. Bueno, un científico decía que el virus no está vivo ni muerto, pero que si acaba tocando nuestra piel comienza a dar órdenes a las células para que lo reproduzcan exponencialmente, es terrorífico que esto sea así, tanto como que pienso que todos los habitantes de nuestro planeta acabaremos infectados. Y que si los científicos no aportan una rápida solución esto se complicará mucho. Y qué pasará con nosotros estando confinados, pues yo creo, como decía antes, que puede resultar útil para encontrarnos con nosotros mismos y como decía Umbral: purgarnos de nuestras apariencias y de nuestra presencia fingida ante los demás. Sería deseable que esta crisis que nos obliga a estar encerrados en casa no provoque los divorcios que provocan las vacaciones de verano, cuando las parejas se tienen que aguantar todo el día. Esto no resulta fácil. Y ahora qué, todo el día metidos en casa y sin poder salir, qué pasará con nuestra manera de ser, con nuestras costumbres, con nuestros vicios... no pasará nada, nos adaptaremos porque hay un motivo de fuerza mayor. Tal vez se produzca un reencuentro con nuestras parejas, un incremento de empatía en nuestra familia y con los demás; pero no lo sabemos.

 Lunes, 23 de marzo. Me llama mi amigo Pep Lluis y acordamos que cuando se acabe esta crisis iremos a cenar con nuestras esposas y beberemos mucho vino y que después haremos una noche de absenta hasta que nos echen de los bares del pueblo. 

Martes, 24 de marzo. He leído que con esta crisis del virus se ha puesto de moda la novela Ensayo sobre la ceguera de José Saramago y que esta novela vaticinó lo que está ocurriendo. No es cierto, la novela no vaticina nada, es una moraleja curiosa que podría derivar de una cita de Isaac Asimov: Si cada año estuviéramos ciegos por un día gozaríamos de los restantes trescientos sesenta y cuatro. Ensayo sobre la ceguera es una novela inquietante. Nunca había puesto yo el despertador a las cuatro de la mañana para continuar la lectura de la noche anterior, sólo lo hice con esta perturbadora novela. Todas las personas se quedan ciegas, lo ven todo blanco y a partir de esta situación se desarrolla el brutal argumento.

Miércoles, 25 de marzo. En estos días de estar encerrado en casa este artículo se está convirtiendo en una especie de diario en el que escribir las cosas de cada día. Veo en televisión al doctor Fernando Simón con cara de virus y voz de gato acatarrado dando las novedades de la evolución del problema. El ministro de sanidad cuando habla da la impresión de ser un alumno al que han regañado y da tímidamente sus explicaciones. El presidente  Sánchez se enrolla como una persiana repitiendo constantemente lo mismo, le sale bien, ganará votos porque es un buen comunicador. La expresión de su cara muestra una afectación en consonancia con el estado de las cosas, pero habla demasiado. Estamos a punto de llegar al pico, al punto más alto de la fatídica curva del diagrama, pero todavía no hemos llegado. Se dicen muchas tonterías estos días, la última que he escuchado es la de generar paralelismos con la selección natural de Darwin, o sea que es la misma naturaleza la que está matando a los más débiles: ancianos y enfermos. Aquí no hay filosofía que valga: es un virus asqueroso que nos está matando. Y punto.

Jueves, 26 de marzo. Hoy quiero romper la rutina escuchando a Pink Floyd, una de las bandas más influyentes del siglo XX, será por su Another Brick in the wall, una feroz denuncia contra la educación que tuvimos que soportar los que nacimos en la década de los cincuenta. Los profesores me daban miedo, recuerdo una clase de matemáticas  en el santuario de Lluch, yo era blavet (denominación que se daba a los alumnos de este perverso santuario). El sacerdote que nos daba esta asignatura comenzó a pegar en la cabeza del niño que se sentaba a mi lado con unas llaves hasta que empezó a brotar la sangre.  Mi compañero de pupitre cuya cabeza sangró se llama Mora de apellido, nunca he sabido nada más de él. Maestros: dejen a los niños en paz, canta Pink Floyd. A mí no me dejaron en paz, sufrí las consecuencias de sus vidas frustradas. Los docentes que tuvo que soportar mi generación, salvo contadas excepciones, eran unos depravados. 

Y debido a que estamos en cuarentena, se me ocurre continuar el artículo hablando de esta encerrona. Definición: El que sigue después del trigésimo noveno, peine del telar que tiene 4000 hilos, conjunto de cuarenta unidades, edad comprendida entre los cuarenta y los cuarenta y nueve años, tiempo de cuarenta días, meses o años, cuaresma, aislamiento preventivo a que se somete durante un período de tiempo, por razones sanitarias, a personas o animales, suspensión del asenso a una noticias o hecho por algún espacio de tiempo para asegurarse de su certidumbre.

Para definir el aislamiento que nos ocupa la RAE no acepta el término hasta la séptima definición. Cuarentena: un espacio para ver los viejos papeles, viejas fotos en las que éramos más jóvenes y nuestros hijos todavía eran niños. Tiempo para poner orden a todos los papeles viejos que ahora ya son inútiles y los vamos a quemar para que no molesten, tiempo para pensar en que si todo volviera a empezar, si volviéramos a tener veinte años, no cometeríamos los mismos errores, cometeríamos otros. Pero nada tiene arreglo, somos una consecuencia aplastante de nuestra propia historia. Y la pena es que nuestros hijos no nos hacen caso cuando les advertimos de las cosas, quieren equivocarse por ellos mismo, igual como nosotros tampoco hacíamos caso a las advertencias de nuestros padres. Y así tenemos una realidad que no podemos transformar, sólo podemos evadirnos viendo una película porque la evasión de las horas de sueño no la controlamos y por la mañana quedamos sorprendidos cuando recordamos lo absurdo de los sueños, sueños que no son interpretables. La interpretación de los sueños es una patraña. La vida onírica es un caos que no vaticina nada aunque a veces refleja nuestros temores con metáforas descabelladas, luego, en estos casos, no hacen falta exégetas.

Nunca conocimos una cuarentena, y ahora metidos en ella de lleno podríamos pensar en destinar un tiempo a la lectura porque los libros ayudan a comprender lo comprensible de la vida y del mundo que nos rodea; aunque nada conduce a nada, y nuestra capacidad para comprender no llega muy lejos, de algo sirve. Por ejemplo, para disminuir nuestra arrogancia y para acogernos a la modestia y a la empatía. Esto ocurriría si la lectura nos enseñara a comprender que somos poca cosa y que no deberíamos aferrarnos a nada que sobrepase lo que nuestro entendimiento pueda comprobar razonablemente. Todo lo que somos y hacemos es para que los demás lo conozcan, lo vean y lo sepan, esto es así aunque nos cueste entenderlo (los extravagantes deberían tenerlo en cuenta) y resulta una desventaja respecto al resto de seres vivos, los animales no se mueven en estos parámetros, ellos actúan únicamente según su genética y su instinto, nadie les puede convencer de nada, no entenderían que tienen que respetar a un ser superior llamado dios. A mis perritas les traería sin cuidado porque no se enterarían de nada. Entrando en estas cuestiones procede escribir la conocida fábula de la rana y el escorpión:

Érase una vez una rana descansando en la orilla de un pausado río, cuando de repente se le acercó un escorpión y le dijo:
—Ranita,  ¿me puedes pasar a la otra orilla del río?
—Pues no —respondió la ranita— no porque tú eres un escorpión y me vas a picar y me matarás, los escorpiones sois así de malos.
—No seas tonta ranita —añadió el escorpión— si te pico mientras me cruzas el río tú morirás pero yo también porque me ahogaré, los escorpiones no sabemos nadar.
—Tienes razón, escorpión, no lo había pensado. Sube a mi lomo —terminó la ranita.
La ranita, con el escorpión a cuestas, comenzó a nadar y cuando faltaba más o menos la mitad para alcanzar la otra orilla el escorpión clavó su aguijón en el cuello de la ranita y ésta, agonizando, gritó:
—¡Qué has hecho, maldito animal! ¿No ves que ahora mismo moriremos los dos?
—Es que yo soy un escorpión —respondió el alacrán.

Una vez que creo haber logrado explicar con cierta solidez de criterios del reino animal, insistiré en los errores tan arraigados de nuestros antepasados y de la mayoría de la gente anciana de la actualidad y todavía bastante gente joven: creen que al morir podrán ir al cielo a vivir eternamente en un paraíso porque han sido buenas personas. Imaginan a dios con un lápiz y una libreta donde anota todos sus actos, si han ido a misa, si se han portado bien, si no han dicho palabrotas, si no han hablado mal de su vecino, etc. etc. Sí, la religión se ha ocupado de meter estas patrañas en la cabeza de la gente y hasta hace poco tenían mucho éxito. En otras culturas estas maldades todavía tienen un éxito aplastante, muchos desean morir para ir al paraíso repleto de agua cristalina, dátiles y bellísimas huríes. El sermón se basa en que nadie puede demostrar la existencia de dios, pero como tampoco se puede demostrar la no existencia, usan el recurso de la fe, hay que tener fe, y todos los que se lo creen se convierten en miembros del rebaño aleccionado. Es tan ingenuo el engaño que parece más propio de tiempos pretéritos. No es fácil entender que a estas alturas del siglo XXI haya tanta gente que todavía tiene los pensamientos atrapados en estos lodos.

Bajo estos razonamientos hace años escribí una teoría a la que llamé La teoría de la hormiga. Consiste en extrapolar una situación: si existiera un ente superior que fuera capaz de controlar el sol, los planetas, el universo, la vida, la muerte, el pasado, el presente, el futuro… su capacidad de entendimiento y sus perspectivas serían tan inmensas en comparación con lo humano que habría infinitamente más diferencia entre el entendimiento de este supuesto ente y lo humano que entre el entendimiento humano y el de una hormiga. No le podemos explicar a una hormiga que la tierra es redonda y que da vueltas alrededor del sol, una hormiga ni siquiera es capaz de percibir que existen los humanos, igual que los humanos no somos capaces ni siquiera de percibir a un supuesto ente superior que lo controla todo, si es que existe. Extrapolando a los Naturphilosophen, filósofos alemanes de la naturaleza que concebían el planeta tierra como un ser vivo, podríamos decir que también en el cuerpo humano viven millones de seres vivos y que todos los planetas y estrellas del universo podrían ser simples moléculas de un ser que no somos ni capaces de imaginar. Este pensamiento puede resultar alucinante, absurdo o brillante, pero alguien a quien respeto mucho me ha dicho que esta idea tiene más coherencia que lo que explican las religiones a sus feligreses. Si tenemos en cuenta la similitud entre un átomo y un planeta, entramos en unas ideas que nos llevan a decidir que es mejor quedarnos en nuestra ignorancia y proponernos una actitud más modesta ante la vida, ante los demás y ante nosotros mismos. Hay muchas razones para adoptar esta actitud de modestia. Sabemos que una piedra, por ejemplo, está compuesta por átomos cuyos electrones giran a unas setecientas mil revoluciones por segundo, observemos con atención esta piedra, no veremos nada que se mueva, sólo vemos una piedra; por eso sabemos que lo que somos capaces de percibir a través de nuestros sentidos no es, necesariamente, real. Los humanos sólo somos capaces de percibir cuatro dimensiones, tres espaciales y una temporal, pues resulta que hay once dimensiones. ¿Cómo podemos digerir esto si no es a base de sentir nuestras limitaciones?

Hoy es día dos de abril del fatídico año de la cuarentena, 2020, y no sé si vale la pena pensar tanto durante esta encerrona, casi mejor no pensar en nada y dejarse llevar por lo superficial, que al fin y al cabo es lo importante: prestar atención a los chistes que envían los amigos al whatsApp, leer algún libro y ver la tele. He recordado que desde el año 1981 hasta el año 1987 los domingos se emitía una serie de televisión que tenía muchísima audiencia. Esta serie llenaba las horas muertas de los domingos por la tarde, verla se convirtió en algo imprescindible. Cuando dejó de emitirse uno no sabía qué hacer en casa. Poco después leí en el periódico una columna del escritor Llop que decía que los domingos por la tarde nunca volverían a ser lo mismo sin la serie policíaca Canción triste de hill Street. He recordado la serie porque esta cuarentena me he enganchado a otra similar: Blue Bloods, familia de policías. Todavía es pronto para saber si esta serie dejará huella en los recuerdos de las personas como lo hizo aquella de los años ochenta, probablemente no porque ahora hay tantas series que pocas destacan muy por encima de las demás. Los guionistas de las series policiacas no tienen que estrujarse mucho el cerebro, basta con ver las noticias de televisión para montar guiones. Por eso pueden alargar la misma serie durante los años que quieran.
 
Esta cuarentena tiene que servir para algo bueno, recuperar recuerdos y ver la televisión sin otro afán porque no hay nada más que hacer. Todo pasará, se acabará la cuarentena y todos nos llenaremos de ánimos nuevos para reanudar la rutina de nuestras vidas con más alegría y más ganas de todo.



jueves, 12 de marzo de 2020

ENSAYO SOBRE LA DECADENCIA






Titularé ENSAYO a este escrito porque no voy a acogerme al rigor histórico de los acontecimientos.

Todo acaba derrumbándose. Algunos dicen que el Imperio Romano cayó por el socialismo y no entiendo muy afortunada esta afirmación ya que efectivamente cayó por el estado de bienestar, pero era a costa del sufrimiento de otros. En Roma la abundancia era abrumadora y la vida estaba basada en el epicureísmo dionisíaco. El poder romano subyugaba a las poblaciones de casi toda Europa y del Norte del África. Esta manera de vivir acaba con los que la practican, el alcohol y el sexo están bien pero con su justa medida. Prefiero no hablar de Sodoma y Gomorra no vaya a ser que me llegue algún castigo divino. Imagino que cuando una civilización castiga a su parte más débil acaba cayendo y todo resurge de nuevo de otra manera más o menos perversa. No estamos en tiempos de dictaduras, quedan pocas y son demasiadas; aunque hay quien dice que en China, por ejemplo, no pueden tener una democracia porque la población no está preparada y unas elecciones libres podrían ocasionar un desastre. El avance de China estos últimos años ha sido coherente, se ha convertido en la fábrica del mundo, en una potencia económica. Y así como la práctica transgresora del comunismo siempre ha asfixiado a la personas (Venezuela y Cuba, por ejemplo) en China hay una inmensa clase media emergente que sale de vacaciones y muestra un alto nivel de vida; nunca veremos gente así que pertenezca a una país comunista, así que China no es comunista, allí hay un capitalismo controlado por un solo partido político que tiene todo el poder y va avanzando hacia un futuro más coherente después de una historia truculenta. Mao (Comunista) fue uno de los mayores asesinos de la historia de la humanidad. Y si vamos a otro gran país: Rusia, nos encontramos que ahí también estuvo otro de los mayores asesinos de la historia de la humanidad: Stalin (Comunista). De alguna manera la revolución rusa tiene una explicación: los zares se creían dioses y se lo creían de verdad. Cuando una multitud hambrienta se amontonaba frente al palacio del zar, éste mandó disparar, así que su fin y el de su familia, de alguna manera, tiene una explicación. El pueblo ruso no tenía que aguantar esa soberbia asesina. Los primos europeos del zar Nicolás II no destacaron por su brillantez intelectual, pero no fueron tan subnormales. Ahora en Rusia las características del poder son complicadas, es el país que no deja que EEUU se pavonee demasiado, la otra cara de los poderes. Rusia es un país mejor fotografiado por la literatura de Fiodor Dostoievski que por León Tolstoi. Crimen y castigo y Los hermanos Karamazov muestran una Rusia negra, real, cruda y poco hospitalaria, en cambio Leon Tolstoi en su novela Guerra y Paz nos muestra a un país complicado por la invasión napoleónica pero con personas entrañables; yo recuerdo la película con la abrumadora belleza de Audrey Hepburn quien fue elegida la mujer más bella de la historia de la humanidad. La Alemania de la primera mitad del siglo XX fue una barbaridad, un rencor por la derrota en la primera guerra mundial convirtió a la gente de este país en personas endemoniadas por la rabia, pero ahí también habría que ver la otra cara del asunto: los países victoriosos en la primera guerra mundial castigaron demasiado a Alemania, la asfixiaron económicamente y de ahí nació una rabia inmensa que acabó destrozando a toda Europa. Si no hubiera sido por la intervención de Estados Unidos y la Unión Soviética, Europa había acabado sometida a una dictadura atroz. La propia soberbia del demonio Hitler acabó con él. Si no hubiera invadido la Unión Soviética en 1941 tal vez Hitler no habría sido derrotado. Es paradógico que a Napoleón Bonaparte le sucediera lo mismo en 1812, su soberbia acabó derrotándolo en las inmensas estepas rusas cubiertas de nieve.  Sólo son 129 años de diferencia y Hitler se creyó superior a Napoleón y pensó que podría derrotar a Rusia, no entendió que Rusia es muy grande y que las nevadas son inmensas y que los invasores mueren de frío y de hambre o mueren por los disparos de los rusos camuflados en la nieve. En la nieve los rusos eran invencibles, ellos estaban acostumbrados al frío y todos, vestidos de blanco y bien armados, fueron a cazar nazis. La brutal derrota alemana también en la segunda guerra mundial parece que enseñó a los alemanes a comportarse y oficialmente lo hacen, pero siguen pensando que son una raza superior. Su civilización se basaba en la soberbia y cayó, igual que cayeron todas las civilizaciones basadas en el sometimiento de los pueblos. Pero hay dinastías que no han caído a pesar de sus atrocidades, son las que han sabido mimetizarse dentro de una modernidad que ya no les permite las salvajadas de antaño. Por ejemplo el rey Leopoldo II de Bélgica tomó El Congo como un coto privado de caza para saquear sus recursos: diamantes, oro, etc. obligando a los pobres nativos a trabajar esclavizados, también se divertía matando negros en la selva y divertía a la población exhibiendo seres humanos negros en los circos europeos como si fueran animales. Bertrand Russel dijo que Leopoldo II había matado a unos ocho millones de nativos de El Congo. Y ahí siguen sus descendientes nutriéndose de ese anacronismo de las monarquías. La decadencia no ha afectado mucho a estas instituciones también por el embobamiento de la gente que los adora, la gente hace interminables colas y horas de pie para verlos como si fueran dioses. También se mantienen porque han cambiado, como decía antes, ahora ya no matan a la gente ni violan a las núbiles.

Hay muchas decadencias: la burguesía mallorquina, para poder comer, acabó vendiendo sus palacios y sus tierras al gran pirata Juan March. Esa burguesía también estaba acostumbrada a una vida lujosa basada en la tenencia de tierras, unas tierras trabajadas por las gentes pobres por un mísero sueldo que servía apenas para comer. Esa burguesía acabó por los suelos y los herederos se tuvieron que poner a trabajar. Considero que los títulos nobiliarios son una vergüenza anacrónica. Qué es eso de que uno sea conde, marqués, duque, etc. Todos somos seres humanos y nadie tiene la sangre azul ni defeca cosa perfumada. Y muchos ricos lo son por haber subyugado a otros o por haber llevado una vida mísera y atenazada por la avaricia, ellos o sus antepasados. Y ahora a estas alturas de nuestro nuevo siglo tenemos muchas calles de todas las poblaciones con nombres de marqueses, condes, obispos, papas y de toda esa chusma que torturó y masacró a los más débiles. Si somos un país que ha evolucionado con una constitución moderna que obliga a respetarse ¿por qué no empezamos por eliminar las genuflexiones a los tiranos de nuestra vieja historia y también de nuestra historia contemporánea? Vaya mi respeto y admiración por esos ricos que lo son por su brillantez intelectual y/o artística y no por peculios antiguos y manchados de amenazas y de sangre. 

Y ahora paso a nuestra propia decadencia, la actual, de la nueva civilización Occidental. Creo que fue Bin Laden quien afirmó que El Islam se apoderaría de nuevo de España y después del resto de Europa a través del vientre de sus mujeres. Sí, parece que tenía razón, eso está ocurriendo a un ritmo más rápido de lo que hasta ahora hemos pensado. Todas las calles de nuestros pueblos están llenas de señoras musulmanas con sus vestidos de monja llevando una multitud de niños, unos que ya caminan y otros en sus cochecitos; los más crecidos ya no van con sus madres, éstos ya están con sus amigos por las calles y son bilingües: catalán y árabe. He escuchado que se pueden tener muchos hijos porque no cuestan nada, ellos lo ven así. Nosotros lo vemos de otra manera. Nuestra civilización ya es decadente igual que la del Imperio Romano en sus últimos lustros por culpa del estado de bienestar. Queremos tener dinero para que nuestros hijos puedan ir a la universidad y puedan tener coche. Las generaciones anteriores sí podíamos, pero las de ahora no pueden y por eso casi ya no se casan y apenas tienen hijos. Una mujer con tres o cuatro hijos pierde su oportunidad profesional por tener que dedicar tiempo a criar a sus hijos, antes sí lo hacían, ahora no. Necesitan perseguir una estabilidad profesional que escasea y buscan la estabilidad familiar que también escasea. Una mujer ya no quiere depender de su marido para costear su vida, el hombre y la mujer quieren tener libertad para deshacerse de su pareja al descubrir cualquier desliz o al tener una perspectiva más apetitosa o también puede resultar atractivo el hecho de estar libre de ataduras para vivir en la arraigada promiscuidad actual. El alcalde de Londres, Sadiq Khan, es musulmán; la ocupación de cargos importantes por personas musulmanas va a proliferar en toda Europa a pasos agigantados. En las siguientes generaciones el Islam se irá apoderando paulatinamente de los centros de poder y nuestra civilización desaprecerá antes de cien años. 

El gran poder económico lo domina todo y actualmente se ha hecho ostensible el hecho de que no hay reparto de riqueza porque han arruinado al pequeño empresario. El negocio de lo básico: vestir y comer lo han acaparado de tal manera que nadie puede poner una tienda de comida ni de ropa. Las grandes corporaciones pueden vender más barato a base de martirizar a sus proveedores ofreciéndoles una facturación mayor, y así el tendero ha desaparecido y la riqueza que se genera va toda a los paraisos fiscales. Y la gente no se da cuenta de que debería ir a comprar en los mercados de los pueblos y en los pocos comercios que no pertenecen a esas feroces corporaciones empresariales. El salvaje poder económico parece que no es consciente de que su retorcida manera de actuar también acabará con ellos. La decadencia es una enfermedad que nos está consumiendo lentamente y no podemos hacer nada para evitarlo. No somos capaces de hacer nada para evitar nuestra propia destrucción. Obedecemos la publicidad del poder, hacemos lo que nos mandan, compramos lo que nos mandan y en el lugar que nos indican. Somos como los soldaditos rasos de un poder oculto que en lugar de sangre tiene ácido sulfúrico circulando por sus venas y los políticos son los títeres ejecutores de sus estratagemas. Pero la decadencia es algo inmanente a la condición humana: una vez que hemos conseguido el bienestar deseado lo echamos a perder. El poder quiere más poder y lo consigue, después revienta porque las paredes que sujetan su enjundia no resisten tanta soberbia.




lunes, 2 de marzo de 2020

EL URUGUAY

El río de los pájaros pintados
Para nosotros el artículo sobra, basta con decir Uruguay, pero en este pequeño país sudamericano sus habitantes dicen "El Uruguay", y no se refieren a ellos mismos como uruguayos sino como orientales porque claro, este país está en la parte oriental del continente. Yo aterricé en Buenos Aires y fui a tomar un barco con la intención de atravesar el río de la Plata y llegar a Uruguay. Creí que sería una gabarra, pero no; era un barco igual que los que van desde Palma a Valencia, un barco enorme. Atravesamos el río navegando más de una hora por unas aguas color café con leche que chocaban de forma perpendicular contra el navío, pero éste ni se inmutaba.

Juan Zorrilla de San Martín, poeta uruguayo de padre español y madre uruguaya, bautizó el río Uruguay como el río de los pájaros pintados, y así lo hacen saber los guías turísticos cuando llevan a la gente a una ruta que llaman “City Tour”. Uno presta atención cuando escucha cómo se recuperan antiguas perlas poéticas en esos paseos urbanos. El guía Explica que el nombre de la capital de Uruguay: Montevideo, posiblemente se deba a una visión desde el mar de aquellos intrépidos españoles que vinieron aquí a perturbar la paz de los aborígenes. Desde el mar se ve un monte que es el que hace seis de Este a Oeste, por ello, la cosa sería así: Monte VI D E O. Montevideo es la ciudad de Benedetti, un poeta sensible, ya fallecido. Aún vivía cuando yo estuve allí. Los libreros lo conocían bien, era Benedetti, un hombre que embellecía lo cotidiano y hablaba dulce con el frustrado afán de que todo fuera más lindo: el amor, la convivencia, la amistad... Bastan tus libros, Benedetti, los dejaste ahí para que uno vuelva a leerte, o empiece a leerte; vuelva a estremecerse, o empiece a estremecerse con la ternura y la sensibilidad que algún día nos sonrojó. Y que ya hemos olvidado inmersos en un discurrir cotidiano que aquí, en tu ciudad, todavía se puede soportar. Cenando solo en una terraza de la plaza de Montevideo me quedé observando a una pareja de adolescentes que con la música de un radiocassette de estos antiguos bailaban Tango por unas monedas. Puede que yo no haya visto un baile tan estilizado y perfecto como el de aquellos chicos. Tal vez la recaudación les bastó para poder cenar aquella noche.  

A los españoles nos llaman “Gallegos”. No les parece mal a los uruguayos que les digas: “Tú eres”, a pesar del abrumador contraste con el “Vos sos” que utilizan ellos.















En Uruguay pastan catorce millones de cabezas de ganado y viven en este pequeño país menos de cuatro millones de habitantes. Todas las tardes llueve, cae una lluvia limpia y amable que nutre los campos para que aflore un verdor puro. Las colinas son suaves, no vi brusquedades orográficas. La lluvia queda recogida en las vaguadas y forma pequeños lagos azulados para que las reses y los pájaros puedan beber. En las urbanizaciones no ponen barreras frente a las casas que obstruyan el paso, amontonan la tierra y ésta queda cubierta inmediatamente de verde, un verde natural que ofrece hospitalidad.

Punta del Este es el lugar más cosmopolita de este pequeño país, es algo parecido al Puerto de Andratx o Puerto Pollensa, por ejemplo, pero al estilo USA. Hay aeropuerto y se ven aviones privados que pertenecen a los actores famosos que vemos en las películas de Hollywood. Hay edificios inmensos, más allá de lo que estamos acostumbrados a ver. Allí un apartamento en estos edificios inmensos puede costar más de dos millones de dólares. Los restaurantes están en consonancia, como los mejores de aquí. Así pues Punta del Este es la excepción, una especie de Shangri-La (Sangri-La es el topónimo de un lugar ficticio descrito en la novela Horizontes Perdidos publicada en 1933 por su creador, el británico James Hilton, llevada al cine en blanco y negro con el fallecido actor Ronald Colman como protagonista) en un país pobre y pequeño donde se puede ver a un ministro ir al trabajo en una antigua Vespa. Vi una inmensa mansión que según me dijeron era de Fernando Collor de Mello, ex presidente de Brasil que acabó destituido y creo que en la cárcel por corrupto. A este corrupto personaje Gerge W. Bush lo llamaba Indiana Jons. El océano Atlántico tiene dos caras en Punta del Este, una brava y la otra mansa, a elegir. En la brava las olas son agresivas, nadie se mete en la playa, las olas se llevarían a cualquiera. Y la mansa no es tan mansa como nuestras playas. Los océanos no son como nuestro pacífico y agradable Mediterráneo. Fuera de Punta del Este, que es un recinto para ricos, una persona puede tener una casa en la playa, no hay problema; hay tierra llena de árboles que se vende fraccionada a un precio razonable, imagino igual que Alcudia en los años cincuenta, por ejemplo. La brisa austral de la playa apenas enrojece la piel de un europeo, puede que en la otra parte del mundo el sol sea más condescendiente, pero no lo sé.


Ceiba Speciosa

En Uruguay abunda la Ceiba Speciosa, un árbol más conocido en Sudamérica por Palo Borracho y aquí es más conocido por Chorisia. No muy atinadas esas definiciones para nombrar a un precioso árbol que se llena de flores y embellece las calles. En la rotonda del camino de Jesús de Palma hay dos chorisias, una de ellas se llena de flores en primavera.